lunes, 26 de febrero de 2018

Relatos cortos de los Maddison, 03. Primer cumpleaños de la pequeña Ruthie.


26 de Marzo del año 10 tras la apertura del Portal Oscuro.


Para las niñas siempre era la hora de jugar, dormir o comer. La de comer no gustaba tanto a la más joven de las dos, Ruthie, pero ahora tocaba jugar, así que estaba feliz. Tanto ella como su hermana Linzi, dos años mayor, estaban en la moqueta junto a la ventana que en aquel momento las bañaba con la luz del sol de Marzo. La castaña trataba testarudamente de colocar un cilindro de madera pintado de azul sobre un prisma rojo del mismo material, pero éste rodaba, pues su intención era ponerlo de forma horizontal con mucho cuidado. Tal era la concentración con la que llevaba a cabo su importante tarea que la manita izquierda se le alejaba sola del cuerpo para no estorbar, sujetando una pirámide equilátera de color naranja.


¡Que así no! —perdió la paciencia la otra chiquilla, acabando por inclinarse para quitarle el cilindro y colocarlo por fin de forma vertical sobre la base roja.


La pequeña la miró bobamente, destellada por un brillo de sus cortos rizos pelirrojos. Cuando centró de nuevo su atención sobre la construcción sonrió y dio un chillidito, olvidando la pirámide y abriendo las manitas palma arriba. La pieza naranja, por supuesto, cayó. Ahora era mamá quien debía ver aquella obra maestra, aunque quizás ya estaba mirando… giró la cabecita hacia Stacy, sentada apenas a un metro, en la esquina más cercana de una alargada mesa caoba, junto a su bigotudo esposo Clark y frente a sus propios progenitores y uno de sus hermanos, el menor de los ocho que eran.


Los Maddison se parecían bastante, especialmente en facciones; jamás podría decirse que no eran parientes incluso a pesar de que la más diferente de los cuatro había heredado el color de pelo de su abuela, que en ese instante estaba sujetando relativamente tranquila a un adolescente para que se mantuviera quieto en su sitio. Gustave era el último hijo de Lindsay y Maxwell, y éstos tenían muy claro que tras aquel demonio no nacerían más. Todos los presentes en la sala eran bastante jóvenes, siendo Maxwell el mayor de los siete, con cuarenta y seis años. Tenían la costumbre de hacer familia quizás demasiado pronto.


Al menos espero que Lecia y el recién nacido estén bien, me habría sentido responsable si les hubiera ocurrido algo por venir al cumpleaños de Ruz —comentó Stacy.


No te preocupes, tesoro. Edison supo elegir a una mujer fuerte, un mal parto no la detendrá ni después de tanto tiempo —respondió Lindsay.


Pero siendo primeriza y quedarse embarazada de nuevo después de que el primero no fuera bien… ¿en qué estarán pensando? Deberían haber tenido mayores precauciones —se quejó de nuevo.


No es día para tristes pensamientos, querida —Clark colocó una mano sobre el dorso de la de su mujer, mirándola con una cálida expresión.


Sí, lo siento…


Maxwell sonreía encandilado mientras les observaba en completo silencio. Él había sido un hombre muy familiar siempre, adoraba aquellas reuniones. Ver las distintas edades, cómo iban creciendo y envejeciendo, experimentando lo que él ya había vivido, aprendiendo lo que él ya sabía, lo dispar de cada miembro y cómo se relacionaban y se querían a pesar de sus diferencias. El timbre le hizo hablar por fin después de bastante rato de observaciones.


¡Ahí están tus hermanas! —dijo a Stacy con la voz ronca por el tabaco, levantándose de golpe con bastante ánimo.


Linzi y Ruthie apartaron entonces la atención de las piezas de construcción para mirar hacia el pasillo. Estaban acostumbradas a ver cómo alguna de las asistentas pasaba por allí cada vez que llamaban. Fuera se oían voces y aquel leve jaleo incrementó al abrirse la puerta, uniéndose a los ruidos de las sillas apartándose y los rumores de la ropa de quienes iban levantándose para ir a recibir. Aunque había alguien allí que tenía una intención bastante diferente.


El adolescente aprovechó el despiste para separarse de su madre, yendo raudo hacia las menores de la sala y sentándose con ellas. Ésto atrajo la atención de las hermanas, que vieron cómo Gustave construía rápidamente un castillo colocando sobre la misma base ya usada otro cilindro y luego una pirámide sobre cada columna del edificio simulado. Ambas sonrieron, ignorando cómo entraban un varón, tres mujeres y una chiquilla más, todos saludándose entre sí.


Una de las mujeres era realmente hermosa, la mayor de los recién llegados. Ánima era una de las parientes invitadas, también pelirroja, con una larga melena ondulada recogida en una trenza. Y a pesar de su edad parecía una muchacha con aquellas facciones infantiles con las que había nacido. De su mano caminaba la pequeña Viviette, de cuatro años y tan rubia como su padre, y tras ambas iban Mervyn Bairre, de quien la niña había heredado el color de pelo, y las dos gemelas de los Lowell. Las tres castañas, Stacy, Phoebe y Nicole, habían adquirido el aspecto de su padre, más que el de Lindsay.


Mientras Ánima levantaba en brazos a su hija, Gustave sonrió con malicia y arrancó del suelo el prisma que sujetaba todo el castillito, lanzándolo al otro lado de la sala y destruyendo así su creación, además de llamar la atención de todos. Luego se levantó para alejarse un par de pasos hacia atrás mientras seguía observando serio, casi siniestro. Ruthie, ahora cubierta por la sombra que Gustave proyectaba sobre ellas, chilló a pesar de que no les había hecho daño. Aparte de su aguda y penetrante vocecilla se hizo un completo silencio en la casa. Lo siguiente que se escuchó fue un gruñido por parte de Linzi y los pasos de su abuela caminando hacia el malhechor. Ya sabía que le iba a pegar, por lo que se encogió sobre sí mismo, esperando resignado. Y por suerte Gustave solo se llevó la sonora colleja de Lindsay, porque su hermana mayor sujetó a tiempo a la otra enana revoltosa, que iba muy dispuesta con los brazos en alto hacia él. La vengadora, al notar que era detenida, lanzó una patada hacia su joven tío acompañada de otro gruñido de frustración, pues su piececillo no llegó al objetivo.


¡Oye, oye, fiera! ¡Ven aquí! —regañó Stacy levantando a la diablilla en brazos y entregándosela rápidamente a su esposo para recoger también a la llorona.


La reacción de ambas fue absolutamente distinta. Ruthie se aferró al cuello de mamá, hundiendo la carita en su hombro para llorar a mares. Linzi se retorció y pataleó para que su padre la soltara, pero éste la rodeó por la cintura y se la colgó bajo el brazo, esperando que se calmara cuando quisiera. Y a pesar de lo violento de la escena, Maxwell se echó a reír junto a Ánima. Las gemelas y Mervyn rieron también, éste último bastante incómodo.


Anda que vaya bienvenida… —dijo Clark mientras veía cómo su suegra forzaba a Gustave a sentarse donde antes y se inclinaba hacia él para murmurarle algo con mucha ira. El protagonista del numerito se mantuvo encogido, sintiendo cómo su madre le clavaba los dedos en los finos brazos, cosa que ninguno de los demás notaría.


Ea, ea, que no pasa nada. Tranquiiila… —intentó relajar Stacy, llevando a la niña hacia su prima—. Mira, ¿sabes quién es ella? —preguntó con la intención de distraerla, apoyándosela en la cadera derecha para señalar a Viviette con la otra mano.


Linzi se cansó pronto y, ante la pregunta que no le iba dirigida, dejó de retorcerse para alzar la cabeza y mirar mientras seguía moviendo las piernas un poco más antes de detenerse por fin. Ánima levantó un poco a su propia hija para que también ella prestase atención a Ruthie, que ahora la miraba con un puchero en la cara.


¿Quién es? —preguntó Stacy de forma insistente, mirando a su nena y sonriéndole. Dio un par de saltitos en el sitio para que la niña volviese a activarse, pero ésta solo bajó la mirada— ¿No lo sabes? Pues Linzi sí. ¿Verdad, cariño? —cambió de estrategia, mirando a la nombrada, pero ésta tampoco respondió. No al menos de inmediato.


Tú sí sabes quiénes son, ¿no? —ahora hablaba la mujer pelirroja a Viviette. Ella asintió con la cabeza, pero no le dio tiempo de contestar, pues entonces aquella que colgaba del brazo de su padre gritó:


¡La prima! —y tal entusiasmo con el que lo dijo arrancó risotadas de los mayores, rompiendo por ende el silencio que habían estado guardando mientras miraban a las niñas.


Ruthie siguió callada y cabizbaja. Se llevó una mano a la boca para empezar a chuparse los dedos, pero su madre actuó rápido antes de que se babeara toda, bajándosela y secándola con el pañito que tenía sujeto del cuello.


Sarah, traed tres sillas más —pidió el hombre de la casa a la asistenta mientras él y su cuñada soltaban a las niñas en el suelo de nuevo. A la vez, Stacy y las mujeres se fueron sentando. Clark y Mervyn se mantuvieron en pie esperando las tres sillas para colocarlas alrededor de la mesa a disposición de los demás.


La atención hacia la protagonista de la fiesta y su molestia por la misma aún no habían terminado a pesar de que todo parecía calmarse, pues las gemelas de veintitrés años tenían toda la intención de incordiarla un ratito más. La cumpleañera fue pasando de brazos en brazos con la misma vergüenza, sin quitar en ningún momento de mamá una miradita suplicante y triste. Hasta que, al verse demasiado lejos, comenzó a hacer pucheros y lanzar gemiditos lastimeros la aire, a los cuales las señoritas no pudieron resistirse. Acabaron devolviéndola con su madre, que la soltó en el suelo tras darle un beso en la frente, mandándola a jugar.


Después de que Sarah trajera la tercera silla, Lorena, la otra criada, vino con una tarta de merengue que colocó en el centro de la mesa bajo la observación de muchos ojos. No hubo canción de cumpleaños feliz, sin embargo, pues Ruthie se veía demasiado incómoda. Entre todos decidieron que mejor la dejarían en paz y simplemente le darían regalos y comerían, intentando pasar un buen rato.


Nicole y Phoebe fueron las primeras en terminar su porción. Una única para ambas, pues tenían incluso prisa. En cuanto terminaron dejaron la mesa y fueron bajo la ventana con las niñas a jugar con ellas, era lo que más ganas tenían de hacer. Lindsay y Ánima no sabían cuáles de las cuatro eran más infantiles, pero Maxwell estaba encantadísimo con aquello y era algo que se notaba. Además, Stacy adoraba ver que atendían bien a sus hijas; era algo que guardaría en su corazón.


Viviette fue la última en unírseles. Se deslizó cuidadosamente del regazo de su madre, que estaba distraída y confiada en un ambiente seguro y la soltó lentamente mientras seguía charlando. Mirando a las otras cuatro, la rubita rodeó toda la mesa y se encaminó directa al rincón de juegos, sentándose entre sus primas y sus tías sin decir nada. La señora Maddison se veía venir otro disgusto y por ello las vigilaba atenta, pero, para su sorpresa y alivio, la recibieron en silencio. Casi parecía que ya llevaba allí un rato en lugar de haber llegado en ese preciso instante.