martes, 24 de abril de 2018

Diario de Ruthie Maddison, 006. ¿Qué es lo que quiero?


Primavera del año 28 tras la apertura del Portal Oscuro.


La primavera estaba en su pleno apogeo. Los pájaros cantaban, la lluvia se hacía notar, el calor más aún, los animales buscaban parejas, y así también los humanos, elfos, enanos… las fiestas, veladas y celebraciones de todo tipo se daban aquí y allá por todo Elwynn, y Ruthie había oído sobre una de éstas, una verbena en las Montañas Crestagrana.


Le gustaban las fiestas, pero aquélla de la que recibió noticia era una con juegos dedicados a la plebe y con baile dedicado a aristócratas. Su debate interno era que no tenía intención alguna en participar en aquello de lanzar troncos, cazar animales o perseguir puercos y, ni mucho menos, sabía nadar. Pero su alta época había caído hacía años, por lo que tampoco se veía bien situada en el baile, además de que no tenía una pareja con la que ir.


La gente que conoció en aquel tiempo le insistió en que no necesitaba pareja para asistir, que quienes no fueran nobles o burgueses dispondrían de su propia música en otros momentos, y que justamente la gente iba allí para conocer a otras personas y, quizás, encontrar pareja in situ. A ella no terminaba de convencerle tal idea. Por supuesto, ser ella quien diera el primer paso de invitar a un hombre a asistir como su compañero, era una vergüenza. Tenía a su alguien especial en mente, e incluso los que no la conocían o notaban. La joven estuvo días dándole vueltas mentalmente al tema.


Hace unos días conocí a un hombre de lo más peculiar. Un enano. Uno que al final de la jornada decidió que sería buena idea darme un sermón en plan paternal. Y vaya si lo hizo.


Supongo que es ya demasiado obvio, que se me nota incluso a vistas de ajenos, pero no quiero... no quería reconocerlo. Me gusta un hombre, un elfo. Y el enano, Dunnabar, lo notó. Aunque ya he visto que no es el único.


Bah, ¿para qué ocultarlo? Si de todos modos un diario se supone que es algo privado, que no debería leer nadie. Y aunque lo leyeran, se ha dado cuenta todo el mundo. Y, estúpidamente, todos antes que yo. Es Baethal. He de reiterar que no quería reconocerlo, pero si todo el mundo lo dice, supongo que me gusta de verdad. Me cuida y me trata bien, además de que me da cariño e incluso me dijo que me entrenaría en el uso de las dagas, que me enseñaría a protegerme por mí misma.


A lo que iba. La de hace unos días fue una tarde agradable, estuve prácticamente todo el día en la taberna, mientras iba y venía gente. Me encanta el ambiente que se da allí. Todos hablaban de la fiesta, resulta que una casa noble organiza un baile al que puede asistir todo el mundo. Sin embargo yo no tengo pareja, ni creo que mi ropa y mi estatus sea los adecuados, así que no sé si debería ir...


El caso es que por la noche, Dunnabar me pidió salir de la taberna para hablar con él, y... podría resumirse todo en que me dijo que no me enamore de un elfo. Me dio a entender que son infieles y que no esperan a los humanos, que son reacios a emparejarse con alguien que va a vivir mucho menos tiempo que ellos. Y en el fondo lo comprendo, pero yo tampoco quiero emparejarme con él.


Le expliqué que mi intención y mi destino es casarme con un burgués o un noble, alguien de posibilidades, como era mi familia, que así lo querían mis padres. Pero hasta para eso tenía respuesta. Me respondió que no haga lo que habrían querido mis padres, sino lo que quiera yo.


La de corta melena caoba dejó de escribir en ese instante al notar que el libro se le estaba arrugando por la humedad que sobre éste caía. En algún momento había empezado a llorar debido a la tremenda confusión que tenía, junto con el recuerdo de su familia, de sus buenos tiempos años atrás, de su amigo bandido e incluso de las amigas de su hermana, que también llegaron a tratarla bien, y hasta de la familia de su madre.


Estuvo unos instantes mirando al techo después de haber soltado el lápiz mientras lloraba por nostalgia. Su mirada estaba perdida hacia el infinito. Solo cuando se calmó un par de minutos después se secó la cara y escribió una última frase sin mirar al papel lleno de lágrimas, apoyando la frente en la mano izquierda con la vista perdida. La última frase casi no podría leerse posteriormente debido al temblor con el que las letras fueron plasmadas:


El problema es que no sé lo que quiero.