sábado, 9 de junio de 2018

Relatos de Ruthie Maddison, 007. Fuego en el burdel.


Verano del año 28 tras la apertura del Portal Oscuro.


Fue una inoportuna coincidencia el hecho de que Ruthie tuviera un envío que hacer a Villadorada aquella mañana. Durante el camino no vio, debido a las copas de los árboles, la humareda que ascendía hacia el cielo desde los alrededores de la villa, por tanto aquel incendio le resultó una desagradable sorpresa.


Tan rápido como bajó del lomo de su montura se acercó a una mujer que posteriormente reconocería como quel’dorei. Aquélla vestía ropajes blancos, por lo que acercarse al lugar no le resultaría precisamente higiénico. La recién llegada intercambió unas palabras de curiosidad con aquella rubia, pero la otra tenía la misma idea que ella: ninguna. Sin embargo no parecía momento para cháchara, uno de los varios hombres que acarreaban cubos de agua pidió ayuda a las presentes, y una tercera mujer, gilneana y campestre por su acento, se unió.


Entre las tres ayudaron a trabajadores y visitantes a alejarse del lugar mientras se oían las toses y las voces masculinas lanzando peticiones y órdenes al aire para tratar de organizarse en la extinción del fuego, que provenía del segundo piso. Algunos de los últimos clientes conllevaron mayor esfuerzo para la mensajera, pues tuvieron la cabeza de dejar a los más oriundos y pesados para los últimos viajes de un lado al otro de la calle. Por fortuna no hubo heridos durante la quema.


Una vez las llamas parecieron controladas, la chica se acercó a los varones que aún quedaban por allí para preguntar qué había ocurrido y ofrecer su ayuda, pero no saciaría su curiosidad, sino que ver ciertas caras conocidas aumentó su estupor. Entre los que lucharon contra el siniestro se encontraban Baethal, Ivano y otros reclutas más que había visto en alguna ocasión. Aquello no fue sino mayor motivo para ir a ellos.


¿Se puede saber qué ha pasado...? —preguntó a modo de saludo, mirando a los dos conocidos, pero ambos la ignoraron.


¿Qué pasará con los otros incendios? —preguntó Ivano, bajándose un pañuelo con el que se había estado cubriendo de respirar los humos tóxicos.


Iré al cuartel a informar para que traigan más hombres, Baethal —informó uno de los desconocidos, hablando apresurado.


¿Hay más? ¿Hace falta avisar a alguien? Puedo hacerlo si es necesario. Soy rápida corriendo —propuso la castaña hablando al grupo, pero una vez más pasó desapercibida. Siguieron hablando entre sí hasta que quedaron dispuestos sus siguientes planes, y solo entonces repararon en la muchacha.


Quédese lejos de la situación, Maddison —comandó Baethal—. Ivano, al cuartel —añadió hacia el gilneano. Todos se pusieron en camino mientras Ruthie miraba mal al quel’dorei, no solo por cómo le habló a Ivano, sino por cómo le había dado a ella misma tal orden.


Por supuesto, lejos de mantenerse al margen, les siguió, haciendo que su novio se detuviera y girase hacia ella, bastante más serio que de costumbre.


¿A dónde vas? —preguntó a la joven con tono seco, aún tosiendo de vez en cuando.


A donde sea, contigo. Ten cuidado… —pidió ella, deteniéndose de golpe cuando le vio pararla, acercándose a él y sujetándole una mano, con evidente preocupación en la mirada. Pero la respuesta del huargen no fue tan cariñosa:


Mantente al margen, por favor —dijo pasándose un paño húmedo por la cara—. Te veré después en la posada —aquello también tenía un evidente tono imperativo. No esperó respuesta de la mujer, se soltó de su mano y siguió el paso, dejándola en medio del camino, irónicamente helada por su comportamiento hacia ella.


La gilneana sintió que el cuerpo le temblaba al haber recibido tal trato. No hizo sino buscar a su yegua e irse justamente a la posada, cabizbaja.