jueves, 5 de abril de 2018

Relatos cortos de los Maddison, 12. Nunca dejes de correr.


Septiembre, octubre y diciembre del año 27 tras la apertura del Portal Oscuro y primavera del año 28 tras la apertura del Portal Oscuro.


La humedad del aire no era mayor en la zona en desuso de las alcantarillas que sobre la superficie de Gilneas, pero la oscuridad sí se hacía protagonista. Ruthie apenas veía bien el libro que se puso a leer con el resumen de sus últimos años de vida. Colocó una vela entre ella y el papel, aunque temía que pudiera quemarlo o dañarlo sin querer. Llevaban ya un año y medio viviendo en tal agujero y en ese momento su madre no estaba, por lo que el aburrimiento la llevó a registrar entre su poco equipaje algo con lo que poder entretenerse.


La castaña eligió un lugar bastante alejado de las partes útiles de las cloacas. Sabía que sobre sus cabezas estuvo construida una fábrica de prendas de algodón mucho tiempo atrás y que ahora estaba derruida, del mismo modo que estaba una de las paredes de lo que era el dormitorio común de su nueva casa improvisada. No había goteras, ni ruido, ni si quiera animales o insectos, pero tampoco agua corriente, luz, comida… Aún así, supieron aclimatar el rincón lo suficiente como para no pasar frío en invierno.


La joven de dieciocho años soltó el cuaderno en las mantas sobre las que estaba sentada, gateó hacia su maletín y, tras frotarse con una mano los ojerosos ojos, siguió removiendo sus escasas pertenencias para buscar el lápiz de seguro debía estar por algún sitio. En cuanto lo encontró volvió al catre que la separaba del suelo y se apoyó el diario en el regazo para comenzar a escribir.


Pobre de mí si pensaba que ya no podíamos ir a peor cuando nos embargaron la casa hace dos años. No, ya hace más de dos años. Varios meses más.


Sus letras no eran tan claras como antaño. La superficie blanda que eran sus piernas, la poca iluminación y el regular material de escritura harían que esa entrada quedara medio borrosa y con mala letra. La muchacha no era consciente todavía de tales circunstancias.


Haris superó sus amenazas cuando, al cumplir dieciséis años, me negué a firmar los papeles de boda y a consumar con su hermano. Se hizo con unas confianzas extremas y me pegaba prácticamente todos los días por llevarle la contraria. Y él… golpeaba mucho más fuerte de lo que recordaba hacerlo a mi padre. Una vez estuvo a punto de obligarme a acostarme con él, según dijo, para que me acostumbrase a su hermano. Por suerte Agrew llegó e interrumpió. No llego a verle tocarme el pecho ni meter la mano bajo mis faldas, pero estoy segura de que sospechaba cosas.


Me costó tantísimo convencer a mi madre de que nos viniéramos aquí… tuve que revelarle el maltrato al que me sometía Haris. Al menos entonces entró en razón. Me dolía que mi hermana todavía no supiera nada, y más aún me dolía tener que rechazarle durante tanto tiempo que viniera a visitarnos casa poniéndole diferentes excusas. Pero es que no podía venir a casa… no teníamos casa. Y todavía mayor era el malestar de tener que fingir frente a ella, las veces que nos veíamos o la visitábamos, que todo estaba bien. Al final se acabó enterando, por supuesto.


Mal para ella también, que acusaron a Lucius de colaborar con los rebeldes. Su versión era que no sabía que la persona con la que tenía un trato en su fábrica utilizaba sus metales para hacer armamento en contra del reino. Aún así le encarcelaron. Mi pobre hermana sufrió muchísimo. Le vinieron todas las malas noticias de golpe: nuestro embargo, la sentencia de Lucius y además su casa empezó a recibir un vandalismo brutal. La fábrica cerró, cómo no. Su asistenta tuvo que mudarse fuera de la ciudad para poner a salvo las pertenencias de los Arkwright. Qué pena, una vivienda comprada con tanto amor…


Casi a la llegada del verano, Linzi vino a vivir con mamá y conmigo a las cloacas, a pesar de que le insistí que se fuera con Betty a donde su esposo les dijo. Pero no quiso hacer caso. Linzi siempre fue muy testaruda. Más que yo, dice mamá siempre.


Cómo no, la chica Maddison había empezado a llorar al recordar todo. Se detuvo un momento para secarse los ojos y la nariz soltando el lápiz frente a sus piernas. Estuvo unos instantes mirando las lamparitas que iluminaban alrededor y guardó silencio para comprobar si oía los pasos de Stacy volviendo a casa. Al no escuchar nada bajó la mirada en busca del lápiz, teniendo que levantar las piernas para recuperarlo, pues éste había rodado bajo ella. No se recompuso todavía de las lágrimas, ni lo haría durante un largo rato


Una de las veces que mamá fue a buscar comida… sí, ya sí necesitamos robar comida. Una de las veces que mamá se fue, Linzi me preguntó que cómo conocía este sitio. Me interrogó sobre Cereza y descubrió que le mentía acerca del trabajo de mi amigo… Al final se enteró de que Cereza forma parte de una banda y que conozco esto gracias a él. Me dijo que debía dejar la banda y alejarme de Ceri cuanto antes, que era peligroso y que no me hacía una idea de lo mal que lo pasaría en la cárcel. Ella sí debía saberlo, porque iba a visitar a Lucius a la todas las semanas.


No es que dejara la banda realmente, porque en realidad ya apenas les veía. Solo me reunía con Cereza un par de veces al mes. Una de esas veces le dije con mucho dolor que no podía volver a verle y me despedí de él. Le agradecí todo, le dije que jamás le olvidaré y me pidió que me cuidara. Yo… le hice mucho daño, y eso me duele a mí. Se comportó de forma muy comprensiva conmigo. Nos abrazamos muy fuerte y lloramos juntos un rato. Siempre que salimos a por comida me pongo debajo de la ropa la armadura de cuero que me regaló, aunque me quede pequeña. Tampoco me separo nunca del puñal. Me ha enseñado tantísimas cosas… No le he vuelto a ver desde entonces. Hace ya casi diez meses.


Y no, esto todavía no es lo peor. Linzi desapareció por completo en febrero, justo un año después de que se llevaran a Lucius. Mamá y yo ahora volvemos a estar solas. Me aterra pensar en qué cosas puedan estar haciéndole… No sabemos absolutamente nada. Quizás la ha cazado uno de esos monstruos lupinos de los que se habla, o la guardia la arrestó y encarceló también, o los que atacaban su casa la encontraron y torturaron por ser esposa de un supuesto rebelde… La buscamos durante meses, pero no hemos podido dar con ella, y Gilneas tiene suficientes problemas como para querer ayudarnos o tan si quiera prestarnos atención. Ahora no somos sino dos pordioseras más a las que nadie quiere acercarse y todos nos miran por encima del hombro. Cuando teníamos dinero, ¿yo también miraba así a los mendigos…?


Dejó de escribir al ser alertada por un sonido muy distante. El extremo silencio de su nueva vivienda poseía la ventaja de que se escuchaba lo más mínimo a gran distancia. Los pasos de Stacy se oían hasta a diez minutos de camino a lo largo del túnel que las guiaba hasta allí. Dejó el libro para ir a recibir a su madre con la luz para que supiera dónde pisaba, pues esa sí era una precaución que debían guardar: habían cascotes y escombros, y la oscuridad hacía que fuera fácil toparse con alguno. Jamás volvió a usar ese libro.


Un mes después, la más joven de la familia se quedaría completamente sola. Dejaron solo su dormitorio bajo la confianza de que nadie se adentraría en la zona durante unos cuarenta minutos, recorriendo túneles, cruzando ríos de aguas residuales e intentando no perderse hasta dar con las pertenencias de dos desconocidas. Ruthie estaba convencida de que nadie podría llegar allí sin su guía, salvo su familia. Ambas fueron juntas al mercado, pues sabían que bastante gente desechaba la comida en malas o regulares condiciones. Además, por la noche, podrían hacerse con más alimentos tirados por los restaurantes, entre sobras o cosas caducadas.


Llegaron las oscuras doce y cuarto cuando las Maddison se adentraron en el callejón donde estaban acumulando las provisiones con las que se hacían, pero no irían muy lejos. La mayor se detuvo de golpe al ver un bulto en el suelo, alguien grande encorvado entre cajas y basura. La luz de las farolas de gas no les brindaba su utilidad a tal distancia, así que la mujer tuvo que acercarse para comprobar qué era y comprobar si podía ayudar. Lentamente, con gran cautela, se aproximó a la persona allí tirada. Se arrepentiría de tal decisión de bondad el resto de su vida.


Todo ocurrió demasiado rápido como para que pudiera verse mucho. Lo que fuera que había se movió hacia la antigua burguesa bajo un sonido bronco, grave, roto y profundo que erizó el vello de las dos mujeres. La que se había acercado gritó aterrada y se alejó corriendo tras un traspié que pensó que le costaría la vida.


¡Sal de aquí, rápido! —urgió a su hija.


Ruz no lo dudó ni un segundo, giró sobre sus talones y emprendió carrera. Por suerte para las dos, nada las persiguió, pero se dieron cuenta cuando pararon, ya estando demasiado lejos de lo que las salvaría de la inanición durante varios días. La muchacha no había llegado a ver qué demonios era lo, pero sí se fijó en que su acompañante tenía un desgarrón bastante feo en la parte trasera del gemelo derecho.


Mamá, sangras… —advirtió, agachándose para ver la mancha, pero la otra se apartó rápidamente.


Me he rozado con el pico de una caja, no toques, no te ensucies.


¿Qué ha sido eso? —preguntó entonces volviendo a ponerse en pie.


Un hombre lobo, hija… Era un hombre lobo.


La castaña de corta melena lisa no volvió a preguntar nada. Ahora entendía por qué, aún estando postrado, era tan grande como para llegarle a la altura de las rodillas. Su progenitora, sin embargo, sí había llegado a ver el pelaje de la criatura, además del extendido charco rojo sobre el que reposaba y los afilados incisivos que la atacaron tan de repente. Para desgracia del ser y fortuna de las humanas, el cánido estaba en sus últimas. Ni él, ni ellas, sabrían jamás que había sido atacado por cazadores y llegó a huir hasta escondrijo que sería su lecho de muerte.


Tras tal evento ninguna de las dos quiso volver a por sus provisiones, por lo que estuvieron un par de horas más buscando comida después de haberse envuelto Stacy el gemelo con un trozo rasgado de su propio vestido. Sin embargo, ésta comenzó a encontrarse fatigada y mareada. Había mentido con respecto al origen de la herida y sabía lo que se le venía encima.


Ruthie, mi niña, llévate lo que ya tenemos a la casa mientras busco a alguien que me mire esto. Pasaré la noche en alguna enfermería si me permiten entrar o… o ya veré —ordenó.


¿Y si no? ¿Vas a pasar la noche fuera? —preguntó la menor de vuelta.


Volveré si no encuentro ninguna clínica. Hazme caso, tesoro. Estamos las dos agotadas, vete a casa. Mañana iré y a ver si de paso encuentro algo más por la mañana —se refería a más alimento.


Era una gran verdad que estaban cansadas, por lo que la chica no discutió más y acabó obedeciendo. Quería llegar y dormir, no tenía ninguna intención de pasar la noche entre las calles, no era el primer licántropo que se veía en la ciudad, la gente rumoreaba. A la muchacha jamás le habían gustado los perros, le parecían molestos, pesados, sucios y ruidosos, y el hecho de que los lobos fueran para ella una versión salvaje hacía que los huargen le gustasen menos y asustasen más. No era su pensamiento ofrecerse tan gratuitamente a uno de ellos.


Suspiró, se acercó a la adulta para darle un beso en la mejilla a modo de despedida y se dispuso a volver.


Buenas noches, mamá. Ten cuidado por ahí, y no tardes mucho en volver —pidió. Tanta tranquilidad se debía a que ya antes habían pasado la noche separadas debido a búsquedas como la de entonces.


Hija —llamó la mayor cuando vio a su niña comenzar a alejarse. La apelada atendió—. Si ves algo como lo de antes, o lo que sea, no pares de correr —advirtió.— Bajo ninguna circunstancia. Nunca dejes de correr.


Le resultó algo extraño que insistiera tanto, pero asintió y luego vio a su madre alejarse cojeando hasta perderse en la distancia. Pasó casi una hora antes de que por fin pudiera descansar, sin sospechar que la señora Maddison ya había se había desmayado en una ocasión por culpa de los mareos.


Stacy pasó el peor rato de su vida, la fiebre le subió velozmente a lo largo de la noche y su cuerpo no resistió ni veinticuatro horas. Durante las primeras cinco sintió calores, sudores y picores, por no hablar de las náuseas y los mareos que la llegaron a dejar inconsciente otra vez antes de volver a despertar por una pesadilla y por el intenso quemazón de la pierna. Al amanecer ya no percibía el ambiente, y ni si quiera supo interpretar que lo que tocaba alrededor de la herida no era sangre seca, sino pelo. Oía voces, susurros que la incitaban a hacer salvajadas, pero era incapaz de mantenerse en pie.


Ruthie no supo que el desgarrón había sido producido por los dientes del huargen moribundo. No al menos hasta semanas después. Perdió la noción del tiempo estando bajo la superficie. Se limitaba a dejar pasar los días, dormir, salir a por comida o buscar gente conocida. Sabía que aún seguían en invierno y que éste comenzaba a remitir, era su única certeza. Tenía la intención de esperar a la primavera para salir de la ciudad a ofrecerse como moza de cuadras o para que se la comieran los animales del campo. Pero no la alcanzaría ninguno de tales destinos. No llegó a salir de la urbe.


El último día que decidió dejar el escondrijo de las cloacas, Gilneas estaba literalmente caótica. Había gente caminando deprisa a su alrededor, tiendas cerradas, casas tapiadas, carros repletos listos para partir, calles desiertas… y la pobre perdida no sabía qué estaba ocurriendo. Agradecería por siempre el comentario de un señor que pasó a su lado mirándola con compasión:


Mujer, date prisa y vete con cualquier grupo. Pronto no quedará nadie. Todas las caravanas están yendo hacia el sur, quédate con la primera que veas —y aunque lo dijo con la mejor de las voluntades, él mismo tenía sus propias inquietudes y no se detuvo a dar mayores explicaciones.


La muchacha se le quedó mirando con cara de evidente desentendimiento, pero hizo caso. Una de las cosas que había aprendido de su rubio colega fue a orientarse sin necesidad de mapas. Encontró el sur gracias a la posición del sol y comenzó a trotar lentamente.


Su mayor temor era encontrarse en alguna zona conocida, pues sabía que sería guiada inconscientemente por su memoria hacia la barriada en que vivió toda su vida, que estaba por aquella dirección. No quería distraerse. Lo único que llevaba encima era su armadura pequeña bajo un vestido negro, en cuyo escote guardaba el puñal y el preciado abanico que su hermana había dejado cuando se perdió, por lo que le bastó arremangarse los faldones para poder moverse con relativa comodidad. De hecho la intuición la urgía a convertir el trote en algo más. Afortunadamente supo sortear calles no deseadas.


Se perdió dos veces, pero le resultó facilísimo encontrar el camino de vuelta siguiendo a la masa. No comprendió por qué, pero aquel algo le seguía diciendo que debía ir más rápido. Escuchar a varias personas gritando al otro lado de la calle tampoco ayudó a su calma.


«¿Cuánto tiempo llevo aislada?», pensó mientras seguía, pues desconocía por completo el estado de la ciudad. Se percató de que no se había detenido desde que el señor le dijo que pusiera pies en polvorosa, pero no le importó, aunque, por algún motivo, recordó lo último que le dijo su madre. «Nunca dejes de correr». Y entonces, paró. No tuvo más remedio, sus piernas decidieron desobedecerle en el instante en que vio la mole de pelo bípeda erguida frente a sí, mirándola con el cuerpo a medio torcer hacia donde ella se encontraba, con las orejas alzadas hacia sus sonidos. Vestía las ropas desgarradas de Stacy y había estado devorando el cuerpo de una persona a sus pies.


La mujer feral rugió y se agachó a cuatro patas, erizando el pelo castaño que, a la sombra, parecía negro. Así lo percibió Ruthie en su estupefacción. El instinto hizo que la fiera prefiriese guardar su presa antes que conseguir una nueva, por lo que la joven tuvo una preciosa oportunidad de huir. Pero el cuerpo no le respondía. Sin embargo, el monstruo en el que su conocida se había convertido no era lo que la bloqueaba tanto, ni sus ojos rojos, ni sus dientes ensangrentados, ni el olor de las vísceras desparramadas por el suelo, ni la falta de nutrición, el frío y el agotamiento físico y mental. El detalle que la había neutralizado por completo, que le tenía el corazón alterado, la hacía temblar y sudar, lo único que fue capaz de ver, era que el cuerpo del suelo pertenecía a una mujer de rizos pelirrojos.


Durante los segundos siguientes la castaña no apreció cómo un par de manos del color del mar tiraban de sus brazos y varias figuras de pieles con similares tonos bloqueaban el paso a Stacy y la provocaban para desconcentrarla y acorralarla. La humana no tuvo tiempo de acercarse para verle la cara, los elfos de la noche la salvaron de tal catástrofe. Sin embargo, Ruthie aseguraría una y mil veces que aquella que había visto era Linzi.