viernes, 14 de diciembre de 2018

Relatos cortos de los Cotton, 01. En adopción.


Primavera del año 14 tras la apertura del Portal Oscuro.


En un principio aquello debería haber sido una jornada como cualquiera, y realmente, para la olorosa mujer de grasienta y corta melena rubia que era la encargada del orfanato era así, no como para los menores hospedados en el mismo.


Serena estaba terminando de pasar una bayeta sucia por la oscura madera que conformaba el suelo cuando Naiara pausó sus propios quehaceres de forma abrupta, teniendo que ir a la calle al oír los gritos de los niños más jóvenes. El sol le deslumbró de forma molesta con el drástico cambio de luz, pero aquello no mutó su determinación: se dirigió hacia los dos que se revolcaban por el suelo. Uno estaba enganchado al otro, ambos dándose pellizcos, mordiscos y torpes patadas y puñetazos. La adolescente dio una señora colleja a cada uno y luego les sujetó de los brazos, zarandeándolos con violencia y gritándoles que entrasen. Estaban muy castigados desde ese instante, sin importar por qué estuvieran peleando.


Cuando volvió con los chiquillos, que ahora lloraban, su hermana soltó en un cubo la bayeta y le habló:


¿Dónde está Jeremy? La Ogra dice que hoy tenía que bañarse, pero que está con los bebés y que nos encarguemos nosotras.


Estaba fuera ahora mismo, con Joel y Abelina. ¿Has terminado aquí? Que luego nos riñe… —se le notaba el mal humor en la voz y más aún en los gestos. Lanzó a los peleones hacia delante de mala gana y ambos supieron que debían ir cada uno a su correspondiente camastro.


Sí, ¡y las manchas de pipí ya se han ido del todo! Pero el suelo se ha quedado abultadito donde Joel dejó el charco… —informó la pequeña de nueve años, esperándose un cachetada por pensar que había sido ella la que estropeó las tablas al no limpiar bien. Pero por suerte la mayor pareció más comprensiva.


Bueno… una burbuja más no se va a notar. Vete ya, ¿ayudas tú a Jeremy o…? Da igual, todavía eres muy chica, ahora voy yo —dijo la de pelo negro, suspirando y lanzando una mirada asesina a los apenados niños de antes—. Como me entere de que os levantáis de ahí, ¡os voy a dar una paliza y vuestra comida de hoy la repartimos entre los demás! —sentenció señalándoles, con la crueldad adquirida de Catrina, la única trabajadora del hospicio.


A pesar de que agradecían apartarse de aquella estrecha pocilga que era su criadero, el paseo de las chiquillas hacia la salida fue pesado, ambas estaban cansadas aquella mañana, y aún quedaban al menos dos horas para el almuerzo, única comida del día. Costasur no pasaba por buenos momentos en aquella época, lo cual lo notaba especialmente la gente pobre, los huérfanos y los refugiados de la recién destruida Ventormenta. Aquellas niñas pertenecían a los tres grupos a la vez. Raro era el día que hacían un par de comidas, y solía ser porque guardasen un poco para más tarde o porque las mayores, Naiara, Serena y Abelina, iban a mendigar. La más adulta de vez en cuando se separaba del grupo y volvía corriendo con el extremo de la camisa vuelto hacia arriba y lleno de piezas de fruta, diciendo que había ido a la iglesia por poner una excusa a sus robos. Sus compañeros le temían a la vez que la querían justamente por aquel tipo de detalles, y su única congénere estaba orgullosa de que tuvieran un verdadero parentesco de sangre, por separado de la hermandad que había con los otros. Aquel día de primavera las uniría más aún.


Era ya la hora de comer cuando una pareja entró a la apagada sala siguiendo a la Ogra, a la que los infantes apodaban con tan apropiado apelativo. Cada cual estaba sentado en su respectivo lecho, ninguno de los cuales era algo más allá de meras esteras o trapos en el suelo. Habían pocas excepciones, varias parejas, de entre las cuales algunos ayudaban a comer a los más torpes o débiles, enseñándoles a sujetar bien las cucharas o directamente alimentándoles. Estaban callados y entretenidos como nunca, pues se les habían llenado los platos más que de costumbre, y aunque la comida estuviera sosa y fuese insípida, mataba igualmente los dolores de estómago que hostigaba a cada uno de los chiquillos seis o siete horas más tarde. Fue por ello que solo unos pocos levantaron la cabeza al distinguir la sombra arrojada por los recién llegados.


Observaron al tipo que parecía salido de un horno, no por tener hollín, pues vestía un traje gris, sino porque, de gordo que estaba, cualquiera podría jurar que se comió hasta la harina acumulada en los rincones de los fogones. Su señora no llamaba menos la atención, vestida con un gusto horrible, con gruesas ropas de color rosa palo, combinada con adornos blancos, beige y amarillos y una enorme pamela que era casi tan amplia como la panza de su esposo. Incluso Catrina se preguntaba mentalmente de qué clase de circo habían salido aquéllos, pero para ella cualquier cosa que significara quitarse un mocoso de encima, sería soportable. Aunque no todos allí estaban conformes con la adopción.


Jeremy, cariño, ¿has terminado de comer? Si es así, ven. Ay, pero no te levantes si te queda sopa en el plato. Acaba sin prisa, mi amor, que falta os hace —llamó con falsa simpatía la rubia, agitando la mano para enfatizar la orden y teniendo un tic en el cuello, que la hizo mover la cabeza de forma similar al movimiento que hacen las palomas cuando caminan por el suelo. En ese momento otros tantos alzaron la mirada; pocas veces se la escuchaba hablar con semejante tono.


El apelado sí había terminado, pero no quería levantarse. Aún así acudió. Se paró a una distancia prudencial de los desconocidos y la otra odiada, cabizbajo, pensando que le echarían la bronca por alguna cosa inventada que, a ojos de los adultos, no estaba bien.


Ven —insistió la señora de los gritos algo más firme cuando el crío se detuvo. Le sujetó por un brazo y lo acercó con una sorprendente delicadeza que dejó pasmado al chiquillo—. ¿O es que no quieres conocer a tus padres? —preguntó con una amplia sonrisa y los ojos muy abiertos a la vez que se inclinaba hacia él, echándole el maloliente aliento a la cara.


Y ya no solo el adoptado, sino cada uno de los ojos los que quedaban posados, se levantaron de repente. El afortunado profirió un agudo grito y Serena, que no hizo honor a su nombre, se puso en pie de golpe, dejando su bol a un lado del catre, a medio terminar. A Naiara no le dio tiempo de hacerla volver a sentarse antes de que comenzara a dar zancadas hacia su amigo, el cual ya se había dado la vuelta rápidamente para correr lejos de aquéllos, aunque su camino cambió al ver a la castaña, a la cual fue a abrazar con desesperación.


¡Es que no me quiero ir!


La encargada intentó sujetar al niño, pero para entonces Abelina y la mayor de los huérfanos ya se habían levantado también, con diferentes intenciones cada una. La más pequeña fue a rodear al protegido por el lado contrario a la primera sublevada, mientras que la morena intentó zafar a su hermana del agarre, gruñéndole entre dientes que no hiciera tonterías y volviera para terminar de comer.


El espectáculo, por supuesto, no pasó por alto al infértil matrimonio. Los dos invitados se sujetaron las manos mutuamente, él poniendo cara de horror, ella de tristeza, llevándose dramáticamente una mano a los labios y cerrando los ojos. No llegaron a decir nada, y aunque lo hubieran intentado sus voces habrían sido acalladas, ya que Catrina comenzó a hablar más fuerte:


¡Ay, no te pongas así, tonto, que no pasa nada! Si solo vas a ir un rato para conocer tu nueva casa! Luego vas a volver, esta noche todavía duermes aquí con tus amiguitos y tus amiguitas… —intentó convencer la rubia, sujetándole un brazo a Jeremy con menos amabilidad que antes— Venga, oye, no seáis descorteses con la familia Hergen, que están muy ilusionados de tener por fin a un queridísimo hijo al que comprarle muchos juguetes y ropa bonita, y llevarle a la feria. ¡Y a la escuela! ¿No quieres ir a la escuela? —el chico negó— Bueno, pues a la escuela no, pero tienes que ir a ver tu futura casa con tu nueva familia. Venga, no seas cabezota, te estoy diciendo que luego te van a traer de vuelta.


Pero los tres inseparables se negaban a rendirse a pesar de los apretones y tirones de manos. Finalmente Abelina cedió ante un disimulado y malicioso pellizco recibido en el costado, y entonces la mayor lo tuvo un poco más fácil para soltar a su consanguínea, que empezó a gritar.


Llévatela al trastero hasta que se vayan los señores —ordenó la Ogra con un tono imperioso y desesperado. Iba a volverse para atender a los apelados, pero la otra rebelde volvió a avanzar hacia el protagonista del revuelo. Sin embargo la pobrecilla fue detenida una vez más—. Ya hablaremos, me tenéis contenta… —dijo con sarcasmo, acabando por ser ella misma la que llevase a Abelina mientras Naiara arrastraba a Serena, ambas a la fuerza y entre zarandeos y gritos. Jeremy se quedó llorando cerca de sus padres adoptivos.


En pocos minutos las dos sublevadas estuvieron encerradas, aporreando la puerta del trastero, gritando y pasando miedo debido a la completa oscuridad de allí dentro. No llegaron a escuchar nada más por culpa de sus propias voces, perdieron la noción del tiempo y la oportunidad de comerse lo que les restaba, e incluso durmieron allí mismo aquella noche, sentadas en el suelo, la una apoyada en la contraria, pues el rincón no era lo suficientemente amplio como para que cupieran tumbadas. Cuando alguien acababa allí, quedaba completamente aislado, por lo que ni si quiera llegaron a enterarse de si realmente Jeremy volvió.