jueves, 19 de julio de 2018

Diario de Ruthie Maddison, 024. Mudanza de emergencia.


Pasó un tiempo antes de que Ruthie volviese a usar su diario, pues tuvo que tomar medidas de emergencia durante aquella primera semana. Una de las mañanas que salió de la habitación, a regañadientes compartida, comenzó a seguir a un hombre por mera curiosidad. Aquel tipo llamaba su atención de especial forma debido a sus extraños rasgos y su forma de caminar. No le resultaban normales para un humano, pero entendió tarde que se trataba de alguien de otra raza.


Hace unos días ocurrió algo increíble. Un tipo, que luego descubrí que es un elfo con las orejas cortas, me atacó sin ninguna clase de motivo. Gracias a lo divino que fui lo suficientemente ágil y tuve suerte de poder escapar de él, porque estoy segura de que quería matarme.


Salí del dormitorio y le vi salir del suyo, le seguí porque me dio curiosidad. Fue a una tienda de ropa en la que se puso una armadura de cuero que imagino que tenía recién encargada, y cuando salió ya no le vi más. Tras eso quise dar un paseo, que era lo que iba a hacer realmente, y cuando llegué al puerto, en un visto y no visto, salió de la nada y saltó a patearme.


Estuve un rato huyendo hasta que me escondí en un barco. Me perdió la pista y quise volver a la posada corriendo, pero resbalé con las malditas algas de las plataformas. Caí al mar. Me sentí ridícula. Menos mal que Ivano me enseñó al menos a flotar.


Negaba con la cabeza mientras recordaba aquello, sentada en un escritorio diferente al que utilizó la primera vez en Bahía del botín.


Ah, pero eso no es lo mejor. Nadé como pude hasta las plataformas más cercanas y nada más salir me encontré con un goblin y un orco. Bueno, cuando habló entendí que se trataba de una mujer, pero es que nunca había visto ninguno. Intentaron robarme, pero resulta que el elfo de las orejas cortas me estaba siguiendo y les atacó. No sé por qué, si antes me atacó él a mí. Son unos seres extraños, hay muchas cosas que no sé por qué las hacen. Aproveché para golpear al goblin antes de que me disparase y salí corriendo otra vez, pero el elfo me siguió y me atrapó. La ropa mojada se me pegaba al cuerpo y no podía moverme bien.


Mientras escribía no era consciente de la expresión de repulsa que formó su rostro.


Intenté soltarme, pero le tenía encima y me había dejado dormida la mano izquierda con su puño. Me pregunté cómo debía llamar a Leanfriel en momentos así y ahí me di cuenta de que él debe ser mago también o algo. Eso o que precisamente estaba por aquella zona, porque apareció en un momento muy oportuno.


Lucharon, y Leanfriel llevaba clara ventaja porque se potencia de alguna forma, pero el otro tipo no dejaba de levantarse. Parecía estar muriéndose, pero igualmente se volvía a poner de pie. Al rato Leanfriel me dijo que me tapara los oídos y obedecí. Escuché un fuerte sonido, como un impacto, y luego sentí viento, la madera crujió y el elfo aquel cayó al mar. No puede seguir vivo, no después de tal paliza. No estoy muy segura de qué pasó, debió ser la magia otra vez.


Ruthie suspiró mientras recordaba ver al quel’dorei de piel gris de espaldas a ella, luchando contra el otro tipo para protegiéndola. Torció los labios y se frotó la frente con una mano mientras seguía escribiendo.


Luego vi a Leanfriel mal. Estaba bastante mal. Cuando me acerqué a él no sé si podía escucharme, estaba de rodillas en el suelo, tenía la mirada perdida y no reaccionaba. Esperé a que se recuperase, pero escuché un sonido y levanté la cabeza. De verdad creo que es mago, porque sentí un fuerte mareo y dejé de ver, y para cuando recuperé la vista estábamos en su camarote. Sé cómo se sienten los teletransportes.


Allí había un señor todo vestido de negro que tenía un cuervo en un hombro. Me dijo que quitase la parte superior de la ropa a Leanfriel y así lo hice. Le ayudé a ir a la cama y luego el hombre del cuervo pretendió que le inyectase un líquido rojo de una jeringuilla. Y yo no nunca he hecho algo así, ni sé cómo lo tengo que hacer, ni nada de eso. Al final se lo inyectó él a sí mismo, pero no quise mirar. Estuve escuchándole moverse en la cama un momento y luego se quedó dormido. O inconsciente, no lo sé.


Aquel hombre del cuervo me preguntó qué había pasado para acabar así, que ya se encontraba en mal estado de antes. Que cuando se dieron cuenta de que yo estaba en peligro estaban lejos y Leanfriel salió corriendo para salvarme. Acabó muy cansado y afectado.


Pregunté a aquel hombre que por qué Leanfriel había hecho aquello y me explicó cosas muy raras. Me dijo que está a punto de alcanzar sus objetivos y que no sabe qué va a pasar con él cuando logre lo que sea que se propone. Me dijo que teme convertirse en aquello que quiere destruir, y que para cuando lo consiga, no tendrá nada más por lo que vivir. Insinuó que quizás por eso soy importante para él, porque no quiere sentirse solo. Temo que ese quizás sea verdad, porque de ser así no sé qué pasará conmigo. No quiero vivir para siempre siendo la mascota de alguien que va a vivir mucho más tiempo que yo.


Resopló y soltó el lápiz para echar mano a la jarra de agua. Miró hacia la ventana, cerca de la cual estaba aquella maceta con pequeños brotes, bebió y soltó el vaso. Acto seguido bajó de nuevo la mirada hacia el libro.


Aquella noche tuve que dormir con él. Al menos la cama era amplia y cómoda, y pude usar su capa a modo de vestido improvisado mientras mi ropa se secaba. Por suerte después de descansar se puso mejor, aunque todavía parecía que hubiera pasado todo un día caminando sin comer ni beber nada.


Al día siguiente fui a la posada a recoger todas mis cosas. Ahora estoy en una casita muy pequeñita y acogedora que he podido rentar. Que por cierto me vino perfecta para descansar de la compañía de Dunnabar.


Ah, y fui también a aquella fiesta en el barco. Fue un completo fracaso. Nadie se envenenó, como dijo Leanfriel que ocurriría. Solo yo tuve ganas de vomitar por el estúpido del hijo de Peregrine, que era el que cumplía años y estaba empeñadísimo en que después de de la fiesta me fuera con él a la playa a pasar la noche juntos. Por todo lo sagrado, ya puede Leanfriel pagarme bien por todo esto...


Esas hojas no las llegó a arrancar de inmediato. Pasó unos minutos releyendo su propio diario antes de dar un largo suspiro. Se levantó y tras arrancar las tres páginas, fue a echarlas a la caldera, cuyo calor aprovechó para calentar agua para un baño.