viernes, 16 de marzo de 2018

Relatos cortos de los Maddison, 07. Conociendo Norfolk.


Primavera del año 19 tras la apertura del Portal Oscuro.


Las tres burguesas llevaban años juntas, habiéndose conocido en la escuela a corta edad. Gleni White era una chica rechonchita, de rostro redondeado, con la melena del color claro del centeno, los ojos celestes, la nariz respingona y los labios carnosos. Phillipa Devon tenía la cara más angulosa y también era rubia, pero su pelo era bastante más claro y fino que el de su compañera, sus iris le relucían con el verde de los campos y sus labios y nariz eran alargados y estrechos. Ninguna de las dos sabía si verían a Linzi. Aún así, como muchos días, estaban charlando tranquilamente en uno de los dos bancos de aquel rincón donde se solían citar.


¡Chicas, chicas! —llamó la pelirroja desde el callejón que daba entrada a la plazoleta hexagonal, cuyas paredes rodeaban la pequeña haya bajo la que se guarecían de la lluvia cuando esta arreciaba.


Las que estaban allí se levantaron de golpe, sabiendo que tal energía en la llamada se debía a algo. Ya no era hora para ninguna de estar allí, la joven primavera seguía siendo fría a las cinco de la tarde y anochecería pronto, sin embargo la niña de ondas anaranjadas se había empeñado en dar la noticia lo antes posible. No sabía a ciencia cierta si sus amigas seguirían bajo el árbol todavía, así que verlas aparecer desde la oscuridad a la que se adentraba le aumentó los ánimos.


¿Qué pasa, mujer? ¿Qué haces aquí? Ya casi volveremos a casa… —regañó suave la delgada mientras bajaba la mano derecha de haberse sujetado el rodete en la nuca para que no se le soltara con la carrerita.


La mayor sonreía con amplitud. Se le notaba que traía una buena nueva, había topado con la debilidad de Gleni; ésta no tardaría en apremiarla para que lo contara todo.


Lo sé, es que quería deciros algo. He estado en un sitio muy bonito esta mañana con mi padre. Sabéis que los caballos que no le gusta, que dice que no son aptos, los descarta vendiéndolos a precio de caballos normales o hasta más baratos, ¿verdad? —comenzó a explicar la pecosa. Ambas asintieron—. Bueno, pues hoy le he acompañado a una villa fuera de la ciudad.


¿No estaban cerrando las murallas…? —preguntó la chica Devon, desviando el tema sin quererlo.


Lo que están haciendo es construir una nueva, tonta —corrigió la otra rubia.


Ah, sí, pero eso no es en la ciudad, es fuera, para cerrar el reino entero, no solo la capital. Una gigante que ya están terminando, creo —añadió aquella que traía la información.


Sí, bueno, eso no importa, ¿qué tenías que decirnos? —encaminó de nuevo la de cabello de centeno.


Eso. Que he ido con mi padre a un pueblito muy bonito. Vi una parte que tenía muchas flores y es perfecta para ir a hacer un picnic. ¿Os parece que vayamos el viernes que viene?


¡Flores! ¡Podremos hacer adornitos! —la del rodete se había ilusionado ya.


Jopé, el viernes no puedo… mi madre quiere que vayamos al cementerio por lo de mi abuelo.


Oh… —esa vez la ojiverde se desilusionó.


Pues mejor el sábado. Vamos por la mañana, tomamos el almuerzo allí y volvemos antes de que se haga de noche —rectificó la de los establos.


Mmmbueno, el sábado creo que sí puedo.


¿Llevamos tartaletas? —Phillipa saltó en el sitio y dio palmadas, sonriendo muy ampliamente y mirando a ambas.


¡¡De freeeesaaaaaa!! —exclamaron de inmediato las otras dos, estallando al instante en un trío de carcajadas.


Yo llevaré yogurt dulce, queso y leche —propuso la gordita.


Podemos hacer tartaletas, pudding y pastas de mantequilla. Nos hemos traído un par de calabazas enormes del pueblito ese, que decían que les han sobrado de la cosecha anterior, podemos usarlas para el pudding.. Son enormes de verdad, casi me llegan a las rodillas.


Exagerada… —desprestigió la de ojos celestes, rodando los mismos—. Aunque seguramente dan para pudding, sí.


¿Y para beber? —Philli había olvidado una de las propuestas ya hechas.


Ya he dicho que llevo leche.


¿Por qué no me la traes mañana y hacemos batidos?


¿De calabaza…? —a la delgada no le hacía especial ilusión la idea, y aún así de nuevo se echaron a reír.


No, cerebro de pajarito. De frutas o algo así. ¡Oh! ¿Y si le digo a mi madre que me ayude a hacer un pastel de carne? —la lechera se estaba emocionando con lo de la comida.


¿No va a ser demasiado? Además, ¿tu madre estará de humor para preparar pastel de carne después de volver del cementerio? —era Linzi la que siempre las devolvía al mundo real.


Es verdad… Entonces tartaletas, queso, leche, pastas, pudding… ¿Qué me falta? —parecía que era justo la comida lo único que le interesaba a la más rechonchita.


El yogurt dulce —recordó la del rodete.


Ay, sí, cierto.


Entonces el sábado. ¿Os parece que nos veamos a las nueve? —propuso Maddison.


Ay, a las 10 mejor —prefirió la más vaga.


Eres una vaga, Gleni. Venga, a las diez. Llevaré a Sildrin, así que iré a casa de las dos para recoger la comida y ponerla en las alforjas. ¡Oh! ¡Y os enseñaré un truco nuevo que le estoy enseñando!


¿Me dejarás llevarle? —pidió la de finos labios refiriéndose al caballo de la de los establos.


Claro.


¡Bien!


Pues nos vemos entonces. Voy a volver ya, que hoy me he escaqueado de los estudios y mi padre quiere que me ponga antes de la cena —la pelirroja pecosa no podía librarse de aquella tortura ni aunque acompañase a su padre al trabajo.


Qué pesado es, si ya sabes más que él de caballos, chica…


Y más que quiere que sepa… Se supone que tengo que heredar el establo y lo de correos. Bueno, me voy ya —dijo acercándose a dar un besito en la mejilla cada una—. Mañana y el viernes no creo que pueda salir, que está pesado últimamente, pero el sábado nos vemos seguro, ¿de acuerdo?


Cuidado por el camino, ve por las calles iluminadas —pidió la rellenita.


¡Nos vemos el sábado! —despidió la más alta de las que se quedaban.


Y fiel a su palabra, la que había propuesto la excursión estuvo a las diez de la mañana en casa de los White, ya con la otra compañera y gran parte de la comida bien colocada en las alforjas del precioso corcel blanco de rosado hocico, el cual en ese momento conducía la alta rubia, yendo su verdadera dueña tras ella en la silla. Hubo saludos con entusiasmo y pereza.


¿Traes algún paño más? Nosotras llevamos ya dos —avisó quien guiaba al caballo mientras la otra jinete se deslizaba hacia el suelo con un saltito para ayudar a guardar las cosas.


Sí, tengo uno pequeñito. ¿Lleváis platos o traigo los míos? —preguntó la aludida de vuelta.


Platos llevamos. Lo que no encuentro por ningún sitio son los vasos de madera, chica…


Deja, voy a por los míos entonces. ¿Te importa ir guardando esto?


No, claro. ¡Buenos días, señora White! —saludó jovial la niña de melena rojiza al ver asomarse a la madre de su amiga.


Buenos días, cariño. ¿De excursión hoy?


Sí, vamos a un sitio muy bonito que conocí con mi padre el martes pasado.


Pues tened mucho cuidado, ¿sí? Que no sabemos qué puede pasar. ¿Lleváis algo para guareceros del agua? No sea que llueva…


No volveremos demasiado tarde, el riesgo es mínimo.


Bueno… —la señora White no estaba convencida de ello y el cómo miraba a la de los Maddison guardar la comida la delataba.


La última de las muchachitas no tardó nada en volver con vasos de madera. Siempre acostumbraban a llevar a los picnics vajillas que no corriesen peligro de romperse por el camino.


¿Nos vamos? —preguntó la recién llegada. Todas estaban conformes, así que iniciaron la marcha.


Varias fueron las veces que estuvieron a punto de volver a casa, pues el cielo se nublaba y soplaba algo de viento. Temían que empezara a llover en cualquier instante y se les chafara todo, pero la testarudez de Gleni las convenció de que no se había levantado temprano aquella mañana para cocinar en vano.


Les costaría un poco más de hora y media de camino salir de la ciudad, recorrer los campos y llegar a la villa. Estuvieron entretenidas hablando de ciertos chismes, se detuvieron a saludar a unos conocidos de Phillipa antes de continuar y tras un primer intento fallido en que el corcel le intentó comer el pelo, Linzi les enseñó cómo, atraído por un trocito de zanahoria, Sildrin colocaba la barbilla sobre la palma de su mano derecha, cuyo dorso a la par reposaba sobre su hombro del mismo lado. Le hacían ilusión tales juegos de obediencia y la delgada de las rubias disfrutaba viéndolos, mientras que la otra admiraba la destreza de la domadora.


Los oscuros adoquines húmedos por la niebla del amanecer fueron quedando atrás tras un rato del cloc-clocs de cuatro pares de pezuñas equinas y otros seis de cortos taconcitos. Por suerte para los cuatro, incluyendo al caballo, el cielo clareó cuando salieron de la ciudad. Las tierras también estaban un poco acuosas y se secaba a medida que pasaba la mañana. El paisaje cambiaba de una gama de grises a los verdes más intensos que la primavera podía ofrecer. El aire se ofrecía cada vez más puro y, si se respiraba profundo, daba la sensación de abrir los pulmones.


Subieron varias colinas a lo largo de varias decenas de minutos más y, cuando quien ponía rumbo distinguió Norfolk en el horizonte, la señaló y comenzó a relatar prácticamente todo lo que recordaba del martes pasado. Aunque habían cosas que ella no sabía del todo; no era un lugar muy conocido y vivían apenas unas diez familias allí, era un sitio acogedor y cálido, sustentado en su mayoría por la agricultura, la ganadería, la cacería y el aserradero.


Por precaución y respeto, las recién entradas en la adolescencia no se acercaron tanto como para meterse entre las viviendas o las granjas, sino que se quedaron tras los límites de una gran huerta en la que parecían arar para comenzar una siembra masiva. Estaban en la zona con más flores de todo el lugar. La pelirroja las guió con ilusión hasta allí. Todo el valle parecía haberse adelantado al bullir de plena primavera, y aquel rincón tenía incluso más colores por los suelos.


Allí, a unos quince metros de la valla de madera, la lechera empezó a extender por el suelo los paños que la guía sacaba mientras la otra rubia trataba de acomodar al caballo de su amiga.


Mi padre dice que los granjeros son muy guarros. Que tiran los desperdicios fuera de sus campos y por eso todo eso tiene tantas flores, porque se nutren de los despojos. ¿Y sabéis que no tienen agua corriente y que se bañan desnudos en el río? Como sus madres les trajeron al mundo, delante de los demás. También en el río lavan las ropas. Incluso dicen que hay algunos que duermen con los animales.


Qué asco, para con eso, mentirosa, exagerada, ¡siempre te crees todo lo que te dice el bigotudo de tu padre! Si ese hombre solo sabe de papeles y de precios de caballos… —la de ojos verdes soltó las alforjas cerca de los paños y fue de nuevo junto a Sildrin, desamarrando la silla y esperando a su jinete para quitarla entre las dos.


Pues no sé si estás viendo al morenazo de allí de la azada, pero a mí me daría igual dormir como los animales con él…


¡Gleni, por la Luz Sagrada…! —todas estallaron en carcajadas, a pesar de que conocían tales arranques obscenos y prematuros de la gordita.


¡¿Qué?! ¡¿Has visto los hombros que tiene?! Que aún desde tan lejos se le notan los músculos… —de hecho el moreno de corta melena oscura estaba incluso más lejos de la valla, totalmente ajeno a las mocitas que le observaban trabajar.


¡Basta ya, marrana! Yo busco un hombre hecho y derecho, uno alto, de pelo claro, disciplinado… —Phillipa comenzó a fantasear entonces, mientras la domadora apartaba a Sildrin de las flores un momento para terminar de quitarle las riendas.


¿Como el que está junto a la casa que parece que va a ir a ayudar al más joven? —señaló White. Las otras dos miraron de nuevo hacia la huerta.


Wow… —fue la única respuesta enviada por parte de la oijverde, que se quedó embobada unos instantes mientras la otra sonreía con malicia. Linzi las ignoró, sonrojándose demasiado como para ser por la temperatura del aire e intentando pensar en otra cosa—. ¡Bueno, vamos a ver! ¡Basta ya, mira las cosas que me haces pensar! ¡Indecente!


¿Indecente yo? ¡A saber qué tenías en la cabeza mientras me hablabas!


¡Indecente tú, que me perviertes!


¡Vete a hacer gárgaras! —mandó la pervertida tras unos segundos de silencio y una falsa mirada de rencor, fingiendo indignación. De nuevo rieron.


Llegaron temprano, aún no era la hora del almuerzo a pesar de que Gleni ya venía picoteando queso por el camino y había sacado una de las tartaletas. Las otras dos esperaron mientras parloteaban acerca de todo y de nada. Sildrin no tardo en ir a pastar flores, resaltando su color blanco brillante entre los verdes del lugar. Por suerte no necesitaron la sombra de un árbol, pudieron quedarse sobre una de las colinas, pues el cielo siguió medio nublado el resto del día, dejando caer rayos de sol desperdigados aquí y allá.


Hasta que sacaron por fin la comida vieron una escena incómoda en la que un adulto hostigaba con insistencia a los dos muchachos de antes para que trabajasen con más ahínco. También vieron cómo dos adolescentes y un niño pequeño corrían a lo lejos hacia las callejas de la villa para reunirse con otros tantos pueblerinos. Todos se pusieron a jugar un rato a algo que pronto comprendieron las visitantes: uno se ponía en una línea central que dividía dos campos y el resto tenía que cruzar aquella línea de un terreno al otro. Los que atrapara el que quedaba en medio se unirían a él, haciendo más difícil el cruce a los demás. Durante el juego uno de los niños cayó al suelo totalmente extendido, todos pararon y le rodearon, e incluso los dos trabajadores se detuvieron un instante para otear. Uno de los mayores se llevó al chico mientras todo volvía a la normalidad, y al rato se unieron de nuevo, quedándose el pequeño muy enfurruñado mientras se limitaba a ver.


El almuerzo fue relajado y muy agradable, pues desde las diferentes casas y granjas les llegaban los olores de las comidas, que parecía que estaban todavía haciéndose cuando ellas ya degustaban sus platos. Les resultó muy extraño que los de allí tuvieran la hora de tal descanso casi dos horas más tardío de lo que acostumbraban en la ciudad.


Cayeron unas gotas desde las nubes que se dirigían a la ciudad, pero por suerte vieron cómo éstas descargaban sobre las calles de Gilneas y no sobre el valle. Estaban a varios kilómetros de allí abajo, afortunadamente. El suelo siguió seco alrededor del pequeño campamento, lo cual aprovecharon para recoger flores cuando se hartaron de comer. El resto de la jornada lo pasaron haciendo guirnaldas, coronas y collares con las flores y sus tallos, riendo, lanzándose pétalos y hojas unas a otras e incluso llegando a bromas pícaras de atacarse con las púas desechadas de vez en cuando. Las tres acabaron con diademas de flores hechas por sí mismas.


Me pregunto a qué escuela irán —aventuró la de ojos celestes mirando a los campesinos, que a lo largo de las horas se habían ido moviendo por la huerta, arando de aquí a allá.


Si son trabajadores, ¿no los ves? Si un sábado por la mañana están trabajando, esos trabajan toda la semana. Deben ser analfabetos —explicó Linzi.


Pobrecillos… van a estar así toda su vida si no estudian algo y bajan a la ciudad —añadió Phillipa con compasión.


Quizás lo han elegido ellos mismos… —la gordita estaba estirando el cuello para buscar al moreno con la vista, pues éste se había alejado aún más y ya casi era imperceptible. Tan grandes eran los campos.


Quienes deberíamos bajar a la ciudad somos nosotras, que pronto empezará a oscurecer —intervino la pelirroja entonces, levantándose y sacudiéndose pétalos de la falda del vestido.


¿Y si nos acercamos? —propuso la delgada de melena áurea, que aquellas alturas se había soltado el rodete que llevaba para adornarse la melena con flores como las otras.


¡Venga! —exclamó la ojiazul con mucho entusiasmo.


¡No! —dijo rotundamente la mayor, mirándolas con los párpados muy abiertos—. Que son capaces de meternos ahí a sembrar uvas o qué sé yo…


Sí, por supuesto, a unas señoritas que solo van a saludar, ¿no? —defendió la ojiverde.


Capaces que se ponen a ararnos el pelo y todo por vernos llenas de flores. Quita, quita. Haced lo que queráis, yo voy a recoger y cuando Sildrin esté listo, os dejo aquí con los campechanos… —insistió la domadora, riendo por lo bajo.


Bueno, bueno… qué estricta —replicó de nuevo la rellenita. Finalmente se ponían en pie.


Entre las dos rubias recogieron las viandas que no consumieron, envolvieron vasos y vajilla usada en trapos traídos para éstos y doblaron los paños, todo mientras Linzi preparaba al corcel. Tras guardar todo, en esa ocasión la dueña del animal fue quien caminó, dejando a sus amigas sobre Sildrin.


Debemos volver en verano. Esto debe estar precioso entonces —la de cabello de centeno tenía toda la intención de disfrutar de las vistas tanto como pudiera. De hecho iba girando la cabeza como los búhos en busca de su interés.


Cuando sí que tiene que estar bonito es por la noche —supuso la otra jinete.


¿Con todo oscuro? Parece que no te has fijado. Sabes que aquí no tienen farolas, ¿no? Qué miedo… —Maddison, una vez más, era la iluminada.


Bueno, tendrán farolillos. Y seguro que no están tan atrasados, apuesto a que ya han descubierto el fuego —bromeó aquella que defendía la idea. Todas rieron.


El camino a casa se hizo largo a pesar de que en ese segundo viaje iban cuesta abajo. Primero se despidieron de la chica White, devolviendo todas sus pertenencias. La siguiente fue Devon, a la cual recibió su hermana mayor en casa. La muchachita de los correos acostumbraba a volver sola siempre, aunque esa tarde se había atrasado un poco, por lo que, tras despedirse de las chicas, subió a lomos de su montura y la hizo trotar. No tenía miedo, pero cualquiera sabía qué podía pasar.