viernes, 13 de julio de 2018

Relatos de Ruthie Maddison, 012. Una nueva vida, capítulo 02: Bahía del Botín.


Verano del año 08 tras la apertura del Portal Oscuro.


Las soleadas semanas que duró el viaje les dejó relativo buen sabor de boca, pues la travesía ocurrió sin incidentes. Ruthie pudo ver a Leanfriel en un ambiente un poco diferente. Estaba atento a todo lo que acontecía en la nave, era serio y controlador. La mensajera salía a veces a que la cálida brisa de olor salado le meciera la corta melena mientras le observaba ir y venir por cubierta, preguntándose si realmente se trataba de la misma persona que su aspecto aparentaba.


A pesar de que con ella era atento y bromista, de que siempre pareciera intentar hacerla reír, fue inevitable que el humor de la castaña se fuera apagando. Él, desde luego, se dio cuenta. El último día se acercó a la baranda de babor, donde la muchacha reposaba con la barbilla apoyada en las manos, para preguntarle acerca de su estado.


¿Te pasa algo?


Echo de menos gente y costumbres —en el tono apagado que recibió de respuesta también se le notaba la tristeza.


Llevas un tiempo aquí sola, es normal que eches de menos tu antigua vida.


Y la seguiré echando de menos. Ni si quiera me despedí… —bajó un poco la voz al ver pasar cerca a uno de los marineros.


Aquello pesaba en la conciencia de la gilneana. Al menos quería hacer saber a los suyos que estaba bien, y sabía perfectamente qué era una de las primeras cosas que necesitaba en cuanto desembarcase. Cerró los ojos y respiró hondo, intentando tragarse el llanto. No pensaba dejar que los hombres que aseguraban el ancla la vieran en aquellas circunstancias. Pero él no quiso dejarla así:


Mira, ¿ves esa ciudad? —señaló Bahía del Botín tras unos segundos— Ahí te espera una nueva vida, llena de oportunidades y gente a la que conocerás —pero no consiguió llamar la atención de la joven como quiso, por lo que se limitó a seguir hablando—: ¿Sabes? En realidad te tengo envidia. Llevo tantos años viviendo como un fantasma, sin poder si quiera salir y decir que existo. Todo eso lo perdí hace demasiado tiempo. Ahora solo me queda un barco y una mansión desocupada en una isla remota.


Habló como si lo que tenía fuera poco. Maddison sabía que mucha gente mataría por conseguir lo que tenía aquel elfo, incluso aunque para ello tuvieran que renunciar a salir y a relacionarse con la gente. Pero lo que más llamó su atención no fueron los lamentos del thalassiano, sino justamente lo que no confesó. Había recibido clases suficientes como para que le resultara fácil entender los mensajes no dichos.


No quieres estar solo… —murmuró, mirándole con cierta compasión.


Solo conozco a alguien al que le guste estar solo. Y la verdad es que el tipo es un poco raruno —la mirada carmesí permaneció clavada en el suave oleaje un momento, tras el que añadió—: En fin, prepararé el bote para que te dejen en los muelles.


¿Dejarme? —una voz masculina gritando instrucciones acalló su pregunta, así que insistió en su duda—: ¿Tú no vienes?


No aún. Se me puede reconocer muy fácilmente con mi aspecto. Ya sabes, piel gris, ojos rojos… Casi parece que me esté muriendo —el otro había recuperado el tono de guasa una vez más, pero aquellas palabras quedaron grabadas en la memoria de la chica como algo más serio—. Tienes una habitación en El Grumete Frito. Es una de las mejores posadas de la ciudad. Estarás bien.


Ya me vas a dejar sola… —casi ni estaba escuchándole realmente. Se cruzó de brazos, dio la espalda a la urbe y encaró al capitán y a la ajetreada tripulación tras apoyarse en la baranda.


No te voy a dejar... bueno, sí, pero solo un poco sola. Me gustaría acompañarte, pero no puedo exponerme aún.


Sola y desorientada en un sitio que no he visto nunca, en una vida nueva que nunca he tenido. Casi parece una broma de mal gusto… —ni las palabras, ni la mueca de frustración que había puesto su actual jefe sirvieron de excusa para la joven, que también intentó bromear para animar el ambiente.


Mira, te dejaré un contacto; Julien Peregrine. Lleva un negocio de joyas bastante bueno. Es amigo y te ira dando dinero cuando lo necesites —la sorpresa de la muchacha no vino al entender con sus palabras que la dejaría sola durante más de lo que pensaba, sino cuando el varón se le acercó, le sujetó la barbilla y la obligó a levantar la cabeza y mirarle a la cara—. Tú solo diviértete y pásatelo bien por mí, ¿hm? —le dedicó una sonrisa al pedirle aquello, una tan encantadora que jamás le parecería que viniera de los labios de un asesino.


Cuando lo necesite… O sea, que me vas a dejar sola durante días.


La adolescente no estaba del todo segura de si tanto contacto físico era común en su raza, por lo que no quiso ser descortés cortándolo. Aún así, y a pesar de que a aquellas alturas se le había olvidado la faceta sanguinaria de quien le acariciaba la cara, se le notaba cierta incomodidad.


Te haré una visita pronto, no te preocupes.


Iré a por mis cosas entonces —dijo la castaña aprovechando para romper el contacto lentamente, apartando la mirada y dando un profundo suspiro. Cuando marchó al camarote lo hizo bajo la insistente atención del peliblanco.


El viaje en barca se le hizo eterno por algún motivo. Recordaba con añoranza cuando, en lugar del tipo sin camiseta que la llevaba a tierra en ese momento, fue Ivano quien remó en dos o tres ocasiones hacia el islote del Lago del Hito. Por suerte para ella, en una de aquellas visitas, le enseñó a nadar, lo cual la hacía sentir algo más segura con el vaivén del transporte. Desde que bajó de la carabela Destello, tanto la misma como el resto de barcos se le antojaron más grandes de lo que realmente eran, e igual le ocurrió con las plataformas de madera que componían el suelo a medida que se acercaba.


Poco a poco el bullicio que la urbe tenía en el puerto fueron apartando su atención de los pensamiento acerca de Elwynn. Nadie le ofreció ayuda para llevar el maletín de mano que Leanfriel le regaló, todos unos desconsiderados, por lo que decidió que lo primero que iba a hacer era llegar a su habitación y soltar la carga de ropa y bienes de primera necesidad para ir a dar un paseo y comprar algunas cosas que le faltaban, así, de paso, hacerse una idea de dónde estaba cada sitio. Lo único que tenía que conseguir era encontrar al tal Grumete Frito sin chocar con ninguno de aquellos pequeños sapos antropomorfos que pululaban alrededor suya. Nunca había visto un goblin, su primera prueba sería para superar su escrúpulo.


Iba enfrascada en pensamientos racistas, atenta a dónde pisaba, con el papelito de la dirección en una mano y el maletín en la otra, pero algo un poco más grande, más oscuro y quizás incluso más descarado que los hombrecitos verdes se cruzó en su camino. Por suerte fue capaz de evitar chocar contra Dunnabar Pies de Hierro.


¿En serio…? ¡En serio…! —exclamó con gran sorpresa al reconocerle, tras habérsele quedado observando unos segundos, incapaz de asimilar que realmente aquel hiero negro estuviera allí mismo, justo frente a ella.


Je, je, je… ¿No estás un poco lejos de casa?


Cielos, cielos… ¿Qué haces tú aquí? —su presencia podía poner en grave peligro aquella doble identidad que aún no había llegado a adoptar, por lo que la imagen presente del enano la ponía nerviosa.


Hmmm... ¿qué haré yo aquí...? Buena pregunta. Con muchas respuestas. Llegué hace unos pocos días por un trabajo. Como ya conocías; mi trabajo es viajar.


Ruthie sabía de sobra que el expedicionario hablaba hasta por los codos, pero realmente no tenía ni la menor pista para llegar hasta su destino, por lo que la idea de preguntar al varón fue lo único que ocupó su mente en ese instante. Miró el papelito, tapó con un dedo el nombre de Julien y le mostró la dirección al recién encontrado, que se rizaba el bigote con dos dedos.


Entonces, ¿sabrías llevarme aquí?


Pero si había allí algún experto en sacar provecho de la situación no era la joven:


¿Qué te piensas que soy? ¿Un guía turístico? —y extendió la mano hacia ella, palma arriba—. En tal caso serán cinco de cobre.


Tuvo que aceptar. Y no solo invitarle a algo por el valor de cinco monedas de cobre cuando llegasen, sino también aguantar por el camino que le recordase que todos los quel’dorei y la mayoría de gilneanos eran unos mentirosos, que luchó en Gilneas del lado de los leales al rey y que había matado dragones y no muertos con el rifle que llevaba a la espalda.


Y no dragones cualquieras, dragones negros corrompidos… —presumía mientras la humana le daba la razón y hacía como que le escuchaba a la vez que evitaba tropezar con la gente y resbalar con algas.


Cabía esperar que durante aquella corta travesía entre el puerto y la posada vería a toda clase de seres. Quería saber cómo era un orco o un tauren, pero por algún motivo en aquel momento solo fue capaz de divisar goblins, gnomos, humanos y elfos de piel clara. Llegaron a la posada entre historias, fantasías y avaros hombres sapo.


Debido a la costumbre de ver a los posaderos en la barra se acercó a la misma, pero en aquella ocasión los dueños del local no eran visibles, por lo que se quedó esperando, aún escuchando hablar a su guía, hasta que apareció una manita para recoger un vaso desde el lado contrario a donde ella estaba. Ver aquello saliendo de detrás de la madera la hizo sentirse un poco estúpida.


Ah, que estaba ahí —murmuró asomándose de puntillas—. Tengo habitación al nombre de Peregrine —avisó directamente, percatándose de que el enano se había callado, solo para repetir el nombre mencionado de mala forma:


¿Perejil?


Oh, la señorita de Peregrine —reconoció el ser al que la castaña se dirigió casi sin verle—. Sí, Perejil… Venga por aquí —pidió saliendo a un lado. Se puso a secarse la grasa de las manos en el tiempo en que la chica avanzaba hacia él.


Ahora vuelvo —aseguró ella, haciéndole un gesto a Pies de Hierro con la mano para que la esperara, aunque en realidad no tenía intención de bajar hasta que pasara tiempo suficiente como para asegurarse de que se aburría y se iba. Le salió el tiro por la culata.


¡Oh! Te acompaño, tranquila.


Es que quiero cambiarme.


No pasa nada, no me gustan las humanas.


La gilneana iba a replicar de nuevo, pero algo la detuvo. El tabernero al que seguía le estaba ofreciendo alguna clase de papel, diciéndole simplemente que era para ella.


¿Qué es esto…? —preguntó confusa mientras miraba unos macarrones.


A ver cómo decirlo… Papel moneda. La innovación económica goblin —Dunnabar hizo un arco con las manos, expresando de forma sarcástica que aquel invento era la idea más maravillosa de los de aquella raza.


Tsk, extranjeros... Trata eso como la fortuna que es, chica. Ya lo irás apreciando.


La aludida supuso de inmediato que aquello también debía ser cosa de Leanfriel, por lo que se guardó el dinero sin rechistar. Un par de minutos más siguió caminando tras el bajo camarero, escuchando al historiador hablar, hasta que finalmente llegaron a una habitación libre, a la cual aquel ser parlanchín se metió incluso antes que la joven.


Oh. que buen lugar. Si, y un suelo perfecto para pasar la noche —comentó Pies de Hierro.


La verdadera dueña del dormitorio iba a agradecer que la hubieran llevado al mismo antes de despedirse, pero en su lugar se quedó mirando al posadero, que ya se marchaba, sin si quiera decir nada. Acto seguido vio sus pensamientos interrumpidos por la voz y los movimientos del otro. El enano se encontraba extendiendo un petate justo en el lugar que antes estaba admirando.


Hala, apaña'o —comentó con tal naturalidad cuando tuvo listo su sitio para dormir.


Oh, no. Es mi suel… ¿Qué…? ¡Oye! —las protestas femeninas no surtieron efecto alguno.


«Cuando lleguemos te invito a lo que quieras». A la próxima especifica —imitó mal el expedicionario, tergiversando a su placer.


Especifiqué. Algo del mismo coste a lo que me pediste.


Lección número… ni-me-acuerdo-ya, del Tito Dunnabar…


Se veía venir otra de aquellos sermones, por lo que se adelantó a sus palabras, dejando el maletín de mano sobre la cama y apresurándose hacia la puerta, pues ya tenía el dinero y la llave en sus manos.


Oh, no. Da lo mismo, deja las lecciones. Puedes quedarte —estaba segura de que comenzaría a explicar alguna otra de sus historias inventadas, lo cual la llevó a salir directamente, a paso rápido. Pudo huir de su perseguidor por suerte para ella, dejando así un rato de intimidad al varón.


El ambiente era muy diferente en aquella ciudad costera. Había más gente acumulada en menos espacio y el mayor reto a la hora de llegar hasta el mercado fue no pisar piececitos pequeños ni atropellar gente. Incluso ella con su corta estatura se sentía alta allí, exceptuando a los elfos y al resto de humanos. Por suerte para su seguridad o por desgracia para su curiosidad no llegó a ver a demasiados integrantes de la Horda, por lo que la salida fue relativamente tranquila. Pudo volver sana al Grumete Frito con un nuevo diario en blanco y útiles de escritura.