martes, 3 de abril de 2018

Relatos cortos de los Maddison, 11. Cayendo en picado.


Octubre del año 23 tras la apertura del Portal Oscuro.


Era ya bastante oscuro cuando la castaña entró a su dormitorio, que aún tenía las dos camas. Venía de la bañera y no se había secado el pelo, todavía llevaba la toalla en la mano, con la que se frotaba la cabeza para quitarse el exceso de agua. Le dolían las piernas y el primer sitio en el que cayó fue la silla del escritorio, dejando salir el aire de los pulmones de golpe.


Casi nunca se sentaba allí. Normalmente usaba aquel reposo para poner la ropa del día siguiente o la maleta del trabajo, o para acomodarse mientras se ponía los zapatos. Esa vez fue una excepción y le trajo ciertas ideas. Recordaba aquel libro en el que desahogó sus pensamientos por primera vez, el mismo que justo después guardó y olvidó.


Abrió el primer cajón a su derecha, rebuscó un poco apartando dos bolsitos, una caja con un juego de té y unos pañuelos bordados hasta dar con lo que buscaba. Lo colocó abierto frente a ella y comenzó a leer. No tardó en notar que se le humedecían los ojos y, con ello, las mejillas. Tras unos largos minutos en los que absorbió cada letra escrita de su propio puño echó un ojo a lo que se había dejado abierto y echó mano a la plumilla. Pasó a la primera página libre posterior a aquella primera entrada, se acomodó, dejó la toalla sobre el respaldo de la silla y empezó a rellenar con tinta el blanco campo que le pertenecía por completo.


Hace casi un año desde la muerte de papá. No sé cómo se enteró Linzi, pero menos mal que vino al funeral, porque desde entonces mamá ha vuelto a hablar con ella. Tardó por lo menos tres meses en recuperarse de su viudez, relativamente, porque no hace nada para dirigir los negocios. Lo llevo yo casi todo, y no puedo más. Estoy cansada, no sé cómo hacer la mayoría de las cosas y cada vez tenemos menos monturas. Hoy he ido a arreglar los papeles para la venta de la compañía de correos. Espero poder centrarme mejor en los caballos, al menos, ahora que no tengo que ir de un lado para otro llevando cartas. Ojalá no haya que cerrarlo también...


Mi hermana está felizmente casada, por lo cual me alegro. No pienso preocuparla con lo nuestro. Al menos ella, que tuvo el valor de negarse a las decisiones de mis padres, tiene derecho a ser feliz. Ay, cuántas palizas nos hemos ganado por llevarles la contraria… Linzi siempre fue más fuerte y testaruda que yo. Ojalá me pareciera un poco más a ella. De ser así, a día de hoy no estaría mal casada con alguien que ni conozco.


Sí, resulta que cuando me llevaron a casa de los Adams el día después de que mi hermana se casara, fue para firmar los papeles de mi matrimonio concertado con Agrew. Firmaron todos sin decirme nada. Agrew me dijo que la intención de mi padre era que lo aprobara también yo en cuanto cumpliera los dieciséis. Pero ni si quiera llegó a celebrarse nada, y yo no quiero emparejarme con ese hombre, así que me quedaré calladita, que para eso me educaron. Mi madre siempre me decía que no debía preocuparme por el físico de mi esposo, que cuando nos casáramos tendría derecho a pedirle que cambiase para hacerme feliz. Pero Agrew no hace ejercicio por más que se lo insinúe, y yo no quiero tener hijos con ese tipo, seguro que me aplasta haciéndolos. Qué asco, de verdad… Debería cuidar su panza igual que cuida su olor, que siempre huele a perfumes.


Ojalá tuviera más tiempo para escribir, porque es cierto que me relaja mucho. Además hay tantas cosas que olvido plasmar cuando lo hago… Si pudiera desahogarme aquí a diario, pondría muchas más cosas.


Ruthie llenó los pulmones y sopló con tal desgana que sus labios vibraron en una pesada pedorreta de hastío. Esa vez fue bastante menos lo que escribió, pues su vida el último año había estado girando en torno a los mismos temas: su hermana, la dejadez y la apatía de su madre, los negocios que una chiquilla de catorce años no podía dirigir ni si quiera con la ayuda de los socios de su padre y su matrimonio no deseado con Agrew.


Soltó la pluma en el cajón casi con rabia, cerró el cuaderno devolviéndolo a su sitio y encajó el compartimento del escritorio donde debía quedar. Dejó caer la cabeza hasta el punto de apoyar la frente en la madera y estuvo así unos segundos, encorvada, con el brazo derecho lacio al lado de su cuerpo hacia el suelo a la vez que el izquierdo reposaba más allá de su cabeza. Antes de levantarse con esfuerzo recogió la toalla y fue en busca del peine para acicalarse un mínimo antes de bajar a cenar. Pasaron varios meses hasta que Ruthie volvió a sacar de ahí los útiles de escritura.


Enero del año 24 tras la Primera Guerra.


La chica llevaba varias horas llorando. Su madre parecía totalmente ajena a los problemas de la familia y actuaba como si fueran simples berrinches sin importancia de una adolescente. El año empezaba con muy mal pie para las Maddison, y la menor de las que quedaban estaba al borde del colapso con su corta edad.


Aquella mañana había terminado de llevar los papeles con las rúbricas de su madre para cerrar lo que restaba del criadero, malvendiendo los caballos y herramientas que les quedaban además de materiales, terrenos y licencias, incluyendo su propia montura, Canelo. Su único consuelo era que sabía que todo quedaba en manos de gente de buen corazón que no maltrataría a los animales y que comprendía la situación de su familia. Para colmo, al llegar a casa Stacy no la recibió, como ya se había vuelto costumbre, y discutió con ella porque en gran parte la adulta era culpable de la venta y cierre de las dos empresas.


Mejor sería no mentar si quiera su estado psicológico en aquellas circunstancias. Físicamente, tras haberse quedado dormida después de casi dos horas de lágrimas en la cama, Ruthie se despertó con los ojos hinchados, la boca seca, dolor de cabeza y garganta y el pelo enredado. Lo primero que pensó al separar los párpados trabajosamente fue en aquel libro en el que ya había despotricado dos de las peores situaciones de su vida.


No se lo pensó, se levantó de la cama mientras bostezaba y se frotaba los ojos, se dirigió al escritorio y se sentó a escribir, con cierta dificultad, pues tuvo que hacer varios trazos hasta que consiguió que la plumilla volviese a derramar la tinta.


Cualquiera diría que este es un diario de desgracias. Bueno, diario… mensual o trimestral, ¿qué más da? No hace ni medio año de la venta de nuestra compañía de correos y hoy he terminado de liquidar el criadero bajo el consentimiento escrito de mi madre. Es para lo único que sirve, para firmar cierres. Estoy cansada de ella, no hace nada, no se preocupa por nada. Desde que murió papá es como si se encontrase en un limbo de la vida no me importa, todo saldrá adelante sin hacer nada. No tengo ni la menor idea de cuál es su pretensión.


Hace unas semanas mi hermana se casó como es debido. Después de un tiempo con Lucius, viviendo oficialmente como la señora Arkwright, se han ligado por fin con evento y todas esas parafernalias que cuestan un dineral. Ya tiene dieciséis años, ya nadie debería rumorear sobre ellos. Además se descubrió quién quemó la casa de Haris Adams llevándose la vida de su hija por delante. Jamás creí que hubieran sido Lucius, ni Linzi, lo tuve claro desde el principio. Pero claro… los rumores dicen muchas cosas. Fue precioso verles juntos. Ella estaba hermosa, y me duele decir que le tengo envidia. Yo también quiero ser tan feliz como ella. La echo tanto de menos...


Aunque temo verme en su situación el día que yo cumpla dieciséis también. Sigo sin querer casarme con Agrew. Es en lo que menos pensamientos pongo. No se molesta en cambiar su aspecto, no tenemos dinero para una ceremonia, ni para invitar a nadie, ni nada de eso. Además, ahora que no tenemos los negocios, ¿para qué querría un hombre como él unirse en matrimonio con una chica como yo? Ya no tengo nada que ofrecer a nadie, ya no puedo ser noble.


Se quedó parada mirando las letras frente a sus ojos con la plumilla en la mano derecha y la mejilla aplastada contra la otra, pensativa. Quería seguir escribiendo, se sentía relajada y, por algún motivo, plasmar todos sus pensamientos desde que los sucesos fueron ocurriendo, calmaba su mente. Pero ya no sabía qué más relatar.


Soltó la plumilla y se llevó ambas manos a la cara, frotándosela y reclinándose hacia atrás contra el respaldo. Llenó el pecho de aire y miró al techo, buscando formas en la pintura blanca hasta que se dio cuenta de que estaba perdiendo el tiempo. Resopló, se levantó y fue al aseo a lavarse la cara y desenredarse. Tras mirarse al espejo un rato pensó otra vez que estaba procrastinando, guardó el cepillo y volvió al escritorio. Dudó unos instantes, pero al final se sentó a seguir.


No sé cómo voy a distraerme a partir de ahora. No tengo ganas de coser, ni de cantar, leer o aprender nada nuevo. Creo que me quedan muchas horas de no hacer nada, como los viejos. No quiero trabajar en una fábrica de metales, como Linzi. No quiero ser obrera, me avergüenza, yo no sirvo para eso…


De nuevo soltó el plumín, sollozando. Para una muchacha que había sido criada entre las comodidades de la burguesía era totalmente inaceptable doblar la espalda para otra persona.


Después de otros instantes de lloriqueos y lamentos, con la cara llena de lágrimas, retomó la escritura con energías repentinamente renovadas.


Iré a hablar con Cereza. Seguro que él puede ayudarme, estoy totalmente segura. No necesito robar, todavía tenemos bastantes ahorros, por suerte, pero sé que él me dirá lo que necesito escuchar, me ayudará y me dará consuelo. Él siempre vuelve a hacerme reír y me anima, siempre tiene sus buenos deseos listos para mí y me escucha y me


Dejó de escribir finalmente, pues estuvo a punto de volver a poner que “le sacaba sonrisas”. La euforia de pensar en que aquel rubio la animaría comenzó a sacarle redundancias, por lo que ni si quiera se molestó en despedir su escrito. Guardó el libro y la plumilla y, tal cual, se vistió rápidamente con la ropa que utilizaba para ir al criadero, aquella que mejor le permitía moverse y correr, a pesar de no ser tan glamurosa como los vestidos que solía acostumbrar a usar en casa. Desde luego no dio explicaciones a su madre sobre a dónde iba, sino que salió de casa directamente.


Marzo del año 25 tras la Primera Guerra.


Guardaba sus pertenencias en diferentes maletines, cajas y arcones cuando volvió a encontrar el cuaderno y la plumilla. Se quedó mirándolo entre sus manos unos segundos mientras dudaba si debía escribir también su última situación o dejarlo pasar. Estaba tensa y le molestaban las cervicales. Acabó cerrando los ojos y dejando caer los hombros y los brazos con el cuaderno aún sujeto antes de retirar la silla y acomodarse en ésta.


Buscó la plumilla y empezó a escribir la primera palabra, pero hacía tantísimo tiempo que no la utilizaba que el pequeño depósito de tinta debía haberse secado por completo. Le encantaba aquella pluma, era uno de los últimos inventos sobre los que recordaba a su padre entusiasmarse. Para ella eran algo normal en la vida, no le resultaba nada extraordinario, pues desentendía que eran unos objetos que en sus padres no conocieron durante su infancia. Sin embargo, ahora que ésta no cumplía su función, volver al lápiz de carbón le resultó un tedio.


Al menos puedo seguir escribiendo.


Esas fueron sus primeras palabras después de más de un año. Pasó directamente a la siguiente línea.


Todo ha ido de mal en peor. Desde que perdimos las dos empresas nos hemos ido quedando sin dinero. Tuvimos que despedir a Sarah y a Lorena, Cereza me enseñó a robar comida sin que se den cuenta y me ha revelado varios rincones en los que esconderme, además de escondites que usan los niños de los Alimañas. Así se llama la banda. He conocido a algunos más, incluso algunos de los adultos que la dirigen.


No nos queda nada, solo deudas. La semana que viene nos quitan lo último que tenemos: la casa. Linzi sigue sin saber nada, nos iremos unos días a casa de Agrew, pero no quiero. Desde que su casa ardió, Haris vive también con su hermano y no quiero estar con él. No parecen hermanos, son totalmente diferentes, uno tan gordito y bonachón y el otro tan compacto y demoníaco… Siempre que me ve, me mira con esa expresión de advertencia, quiere que intime con Agrew, que fidelice mi relación con él. Ha llegado a amenazarme. Si Agrew llegase a enterarse de ello seguro que le echaría de su casa…


Hace años jamás lo habría si quiera contemplado, pero a día de hoy preferiría irme a vivir a las cloacas con Ceri y los Alimañas, como las ratas, o al bosque como la gente de campo. Le diré a mamá que conozco un sitio perfecto para nosotras y la guiaré hasta allí. La obligaré a que, si quiere seguir viviendo conmigo como mi madre, sea ella quien me siga a mí esta vez. Me avergüenza vivir bajo techo ajeno, y lo peor es que es por su culpa.


Tomó una pausa y arrimó la silla al escritorio, pues no estaba en su pensamiento haberse explayado tanto. Su intención era plasmar un poco por encima el hecho de que iban a ser embargadas, pero acabó explayándose una vez más, como ya le había ocurrido en otras ocasiones.


No tengo ni la menor idea de cómo vamos a hacerle llegar a mi hermana la noticia de que nos hemos quedado sin casa. Sé que haría todo lo posible por intentar ayudarnos, pero me veo absolutamente incapaz de recibir dinero por su parte.


Haré eso… le diré a mamá que he encontrado un sitio para vivir mientras tanto sin tener que depender de nadie. Espero que me escuche.


Aquellas últimas carillas se veían mucho menos debido a la diferencia al haber usado otro útil de escritura. Ruthie sabía que sus palabras se desvanecerían con el tiempo y poco a poco dejarían de leerse claramente, pero aún así, al cerrar esa vez el libro, lo encajó entre los huecos que aún quedaban libres entre su equipaje, guardando el lápiz cerca del mismo y dejando la plumilla en el cajón, junto al juego de té y los pañuelos, que no llegó a llevarse.


Tan solo tres días después la casa estaba vacía. Stacy y su hija menor fueron otras cuatro jornadas después para ver cómo un cerrajero cambiaba la cerradura y otra persona colocaba un cartel informativo con la fecha de una futura subasta.