lunes, 11 de junio de 2018

Correspondencia de Ruthie Maddison, 01. Carta para Ivano Fabinson.


Verano del año 28 tras la apertura del Portal Oscuro.


Por supuesto transcurrieron varios días en los que la muchacha no pudo escribir, ni prácticamente hacer uso de su brazo derecho. Aquellas jornadas no cobró, como era de esperar, pero los Prichard fueron comprensivos con su empleada y se preocuparon por su estado. Ruthie recibió cuidados en la abadía de Villanorte en cuanto llegaron al lugar con ella inconsciente, tras lo cual fue trasladada a casa de su amigo Ravengaard, a cinco minutos de Villa Azora. El procedimiento fue largo, pues llegó casi desangrada, y las curas diarias eran dolorosas. Y aún con todo podía agradecer seguir viva.


Sin embargo había otro tema que inquietaba a la joven, y ese era Ivano. Desde lo ocurrido en el camino, el huargen trataba de conseguir una cita con ella, cosa que la mujer rechazó desde el principio. Aún así, prácticamente a diario le llegaban por mano de Berthold pequeñas notas de papel con un lugar y una hora. No las leía si quiera, pero llegó el momento en que se cansó de acumularlas en la cesta de mimbre que el alteraquí tenía sobre la chimenea. Cuando se vio capaz de mover más o menos el brazo, tras varios amaneceres, se acercó a la acumulación de papelitos, los acabó abriendo y leyendo todos, uno por uno, desde luego no en el mismo orden en que le llegaron. Enrabietada y sintiéndose acosada, se acercó al escritorio en el que su amigo rubio le dijo que podría escribir de ser necesario y elaboró la siguiente misiva:



En lugar de tanto mandarme notitas, ¿por qué no ocupas mejor el tiempo en responder a tu prometida, ella que sí te está esperando aún?


El transportista dejó claro que de no haber evidencias de que el paquete alcanzaba las manos de su destinatario, habría cargos hacia el firmante que se ofreció para hacértelo llegar, es decir, yo. No leo tus cartas, así que te pido que dejes de molestarnos a mí y a Berthold con ello, por favor, y mejor escribas que recibiste todo aquello.


Si de verdad te importo, sabrás qué pienso sobre ti y aquellos como tú, así que deja de torturarme, te lo ruego...



Al terminar de escribir tenía los ojos húmedos. No se molestó en añadir saludo y despedida, ni si quiera firma. Sabía de sobra que él entendería con qué mano estaba aquello labrado.


Aquella fue la única carta que quiso ella entregar al hombre con el que ahora vivía para que él se la entregara a su compañero de trabajo. No obtuvo respuesta a la misma, a pesar de que, muy en el fondo, la gilneana sí que la esperaba.