sábado, 2 de junio de 2018

Diario de Ruthie Maddison, 015. Pasión.


Verano del año 28 tras la apertura del Portal Oscuro.


Ya era hora de volver a casa, al día siguiente tenía trabajo y fue un fin de semana bastante intenso para Ruthie, por lo que necesitaba descansar para sentirse enérgica a la hora de llevar los envíos de la casa Prichard. Ya en su dormitorio en la posada de Villa Azora, acomodada, aseada, con el estómago lleno y lista para irse a la cama, decidió plasmar sus recuerdos en letras.


Ivano y yo pasamos la noche del viernes en una posada, una carísima que pagó sin dejarme si quiera aportar algo al precio. Antes de eso Berthold nos vio paseando por la ciudad, agarrados de la mano como dos adolescentes. Por todas las crines de mi yegua, qué vergüenza pasé…


Nada más entrar me besó. Fue tierno, pero la noche se caldeó pronto. No soy capaz de controlarme estando cerca suya. Tan cerca… Me dijo que me quiere y no supe qué responderle, aunque ahora sí sé qué hay en mí. Me sentí muy estúpida y egoísta. No debí haber dejado que sus sentimientos crecieran de la forma en que lo han hecho, pues no tengo intención de tener una relación seria con él, quiero seguir los deseos de mis padres. Pero es que es verle y querer abrazarle, darle besos, que me abrace, que me bese… Estuvimos a punto de ir más allá, pero él me detuvo. Dijo que no sería el momento hasta que el amor fuese tan grande como el deseo.


Ruthie escribía con expresión cansada, con la mejilla izquierda apoyada sobre la mano del mismo lado, pero en ese momento apartó el lápiz del papel, dando un suspirito y llevándoselo a la barbilla mientras volvía a releer lo que tenía delante.


Ivano mío, ya te estoy echando de menos… —murmuró dejando caer la frente hacia la mesa y apoyando las manos en la madera— ¿Cómo casarme con alguien sin poder olvidarte? Definitivamente, sí que me tienes hechizada —habló al ausente con la voz amortiguada por la postura. Tras unos segundos dio un resoplido y levantó la cabeza—. Que me voy a quedar dormida… —se quejó antes de seguir escribiendo.


A la mañana siguiente nos encontramos con Berthold. Fuimos en compañía de él a comprar las cosas necesarias para Nyel. Un cepillo, riendas, una silla, alforjas y un mantón para que la silla no le roce… esas cosas. Un señor viejo intentó timarnos, creía que hablaba con alguien que no tiene conocimientos acerca de material ecuestre. No entiendo por qué siempre subestiman a la juventud, ¡puedo saber tanto como él o más de caballos! Al final le compré un cepillo bastante curioso, que tiene una zona de cerdas para las crines y otra zona más fina para el pelo corto. El resto de las cosas las compré en otro lugar.


Después de eso preguntaron qué hacer, y como todavía era temprano, propuse ir a combatir un rato. Aceptaron y salimos de la ciudad. Decidieron el mismo entrenamiento que seguí con Berthold la otra vez: ellos me sujetaban y yo les atacaba con la daga. Pero me emocioné y cometí una locura. Dijeron que entre ambos reunían cuatro vidas y yo tendría tres, pero les dije que no, que eran los dos contra mí, cada uno con sus puntos. Acabaron aceptando, y así luchamos. Me costó bastante, en realidad, acabé muy cansada, pero al final gané a ambos. ¡Les gané con todas las de la ley! Ivano se rindió cuando aún le quedaban dos puntos. Parecía agotado y se dejó caer al suelo, boca arriba. Me pareció una estrategia para que me acercara, pero le quité los puntos que le quedaban y no se inmutó. ¡Gané!


Estaba demasiado cansada y emocionada ante tal fin de semana como para, incluso después de tantas horas, pensar que quizás sus amigos se habían dejado ganar.


Y después volvimos a la posada, a la misma cara. La intención era volver cada uno a casa, pero revelé a Ivano dónde me alojo cuando voy a Ventormenta y... Aquel hueco abierto en la verja que cierra las cloacas es perfecto para mi cuerpo. Cuando llegamos allí, Ivano no habría cabido ni aunque hubiese abierto el hueco un poco más. Al final me convenció de volver a pagarme habitación. Pero le puse una condición. Me daba apuro que me lo pagase él, y además durante el entrenamiento habíamos sudado, así que le propuse que nos bañaríamos juntos porque pensaba que diría que no... ¡pero aceptó!


Fue mi primera…


Tachó ese renglón para empezar a escribir en el de abajo:


La primera vez que…


Aquél también lo tachó y volvió a saltar de línea:


Nunca me había bañado con un hombre, ni...


Una vez más emborronó la última palabra, continuando después:


Después de aquello me entregué por completo a él. Todo... me había esforzado mucho por mantenerme virgen hasta el día en que me casara con alguien de alta cuna, como siempre quisieron mis padres... Entregué eso a Ivano. Todo mi futuro, y mi pasado. Y más que todo lo demás... le entregué mi presente. Supe que le quiero.


Ruthie dio un suspirito, notando que se le cerraban los ojos. Soltó el lápiz y se rascó el párpado inferior del ojo derecho mirando hacia arriba mientras pensaba qué más escribir, pero acabó negando con la cabeza y cerrando su diario. Se levantó de la silla y se fue a la cama.


Dobló la colcha hacia atrás y se metió entre las sábanas, mirando hacia la pared con los ojos aún abiertos. No podía quitarse a Ivano de la cabeza, por supuesto. Tras unos minutos arrugó las cejas, tiró de la almohada con mala gana y la colocó frente a sí misma, abrazándola con brazos y piernas. Pero no se sentía satisfecha con aquello, la almohada no era cálida, ni olía como el varón, ni la rodeaba de vuelta como sus musculosos brazos. Soltó un lloriqueo, hundió la cara en la tela y resopló, estrujando a su pobre presa antes de empujarla y darle la espalda, enfurruñada.