sábado, 9 de junio de 2018

Relatos de Ruthie Maddison, 008. Paliza por fanfarrona.


Verano del año 28 tras la apertura del Portal Oscuro.


Tal enorme hogar seguía calentando el amplio interior de la posada Orgullo de León incluso estando ésta algo vacía aquella noche. Uno de los pocos comensales que había en un rincón era Ruthie, quien fue al lugar de encuentro que se le dijo en cuanto terminó sus labores de mensajería por la villa. Llevaba un rato esperando la llegada de Ivano, pero la única cara conocida que la sacó de su alelamiento no era quien ella quería ver. Levantó la cabeza del vaso de agua que tenía frente a sí cuando se dio cuenta de que Baethal aparecía por la entrada con una mano sobre la cara, presionándose el hueso nasal con evidente cansancio. Sin embargo, lejos de prestar atención a éste, miró tras él con la esperanza de que el otro hombre viniera siguiéndole. No fue así.


A pesar de su aparente falta de atención, el quel’dorei se acercó a su conocida mientras se quitaba el cinturón en el que colgaba la espada, dejándolo junto a una silla con poco cuidado y desplomándose sobre la misma, sin tener si quiera la delicadeza de evitar soltar un gruñido al expulsar el aire de golpe por sentarse de aquella forma. Prácticamente de inmediato tuvo lugar una conversación que apaciguó un poco a la joven. Fue ésta quien dio inició, de forma bastante directa:


¿Ha sido muy grave? —estaba segura de que el elfo entendería a qué se estaba refiriendo.


Nadie ha muerto, hasta donde tengo entendido. Lo que me preocupa es que se repita.


¿Que se repita por qué?


Mira, si te molestó como te respondí, lo lamento, la situación no era precisamente la más apacible —la interlocutora se llevó una sorpresa al recibir tales disculpas. Era justo uno de los motivos de su molestia, aún así no se trataba de la mayor causa y no tenía nada que decir, por lo que le dejó continuar hablando—: ¿Con que fin iniciarían aquellos incendios? No creo que solo sea el de dar que hablar a Villadorada —el pelirrojo dejó caer la cabeza hacia atrás con aire perezoso, descendiendo así la larga melena en cascada, mirando simultáneamente su dueño al techo para luego volver a observar a la humana.


Durante el resto de la charla se mencionó el trabajo de los brigadistas gilneanos, momento en que el varón notó el descontento de la muchacha, a pesar de que ésta supo desviar sutilmente la charla hacia otro tema, informando casualmente a Baethal que seguía entrenando con los puñales por su propia cuenta.


Oh, me abandonaste. Creí que era yo tu maestro.


Yo también lo creía. Pero ya he podido con uno de tus hombres y con uno de los de Anna. Juntos. Los dos a la vez contra mí. Si quieres te enseño yo a ti… —la castaña se encogió de hombros, siguiendo la broma y alzando la barbilla con orgullo. Miró de reojo al que le había revelado algún que otro truco anteriormente, queriendo comprobar su reacción.


Déjame adivinar. ¿Ivano y rubiales?


¿Tan rápido corren los rumores? —al mirarle con el fin de mostrarle una expresión en la que sonreía de forma escéptica, no vio que uno de los nombrados se había aproximado a ambos desde la barandilla que separaba la sala de mesas del hall, y había apoyado los brazos, observándoles.


Ha tenido la ventaja de que no podíamos usar armas —dijo internándose en la cháchara.


Así que esta pequeña os jodió a los dos… Suena a algo digno de ver.


La, de hecho, pequeña señorita, dio un respingo al escuchar la conocida voz tras de sí, poniéndose seria de forma instantánea, aunque intentó disimular e ignorar al recién llegado; mostrar su molestia hacia él, de paso contradiciendo la excusa que había puesto por haberse dejado ganar por ella junto a Berthold aquella vez:


Soy ágil —repuso. Y mientras el primer acompañante de la dama respondía, otra mujer hizo acto de presencia, atrayendo la atención del ex-granjero.


¿Crees que me puedes enseñar algo, Maddison? Bueno, sin dudas me podrías enseñar un par de cosas —Ivano quizás no habría actuado de forma paciente de haber escuchado en tales palabras el tono lascivo hacia su pareja. Pero probablemente le habría gustado aún menos la respuesta de aquélla, que parecía imprudentemente dispuesta a devolver al varón el malestar que éste le produjo horas antes:


Podríamos intentar de nuevo aquella primera vez, tras la posada, en el bosque. ¿Recuerdas?


¿Eso es una propuesta?


Ahora tengo dos, en vez de una —se refería a las dagas, por supuesto—. Y sé usarlas. Además, noto mal ambiente aquí dentro…


Mientras intercambiaban indirectas llegaron más conocidos. Alguien, uno de los que ayudó a apagar el incendio, vino a preguntar al elfo cómo continuó el incidente. Intercambiaron información acerca de los acontecimientos de turno antes de despedirse y encaminarse hacia donde sugirió la chica Maddison. Cuando Ivano les vio pasar de largo junto a él sin si quiera despedirse, les siguió con la mirada, arqueando una ceja mientras los otros dos salían. Fue tras ellos hasta la salida para ver hacia dónde se dirigían, quedándose apoyado contra el dintel de la puerta de entrada al edificio.


Fue Baethal quien guió el camino, y en cuanto llegaron se dispusieron a lo que la gilneana creía que habían ido a hacer. Él fue quien inició el encuentro, quitándose de nuevo el cinturón y empuñando una espada y una daga con cada mano, ambas encajadas en sus respectivas vainas. La menos experimentada le imitó, usando sus diminutos puñales con aquellas fundas que más bien parecían tapones.


Muy bien, te enseñaré dos cosas, Maddison —informó el quel’dorei tras haberse acomodado—. Primero, no se pelea limpio a menos que la situación lo requiera. Y lo segundo... te lo enseñaré luego.


Si peleara limpio no habría vencido a esos dos —la sonrisa que acompañó tales palabras llevaba cierta malicia.


En un principio ninguno de los dos parecía dispuesto a moverse, lo cual desconcentró a la de los puñales. Pensaba que le diría algo más, y aquello era justo lo que el otro buscaba. El soldado avanzó con dos rápidas zancadas en busca del abdomen femenino, pero la suerte estuvo de parte de la atacada y la espada fue bloqueada con un movimiento bastante más ágil que la ofensiva. El contraataque de la castaña marcó el primer tanto contra el brazo ajeno, y todo lo demás ocurrió lo suficientemente rápido como para no saber desde dónde llegaron los movimientos.


¿Tres puntos? —preguntó la joven, confiada, dedicándole una pilla expresión.


Cuatro —fue la corta respuesta del guerrero, que no tuvo la piedad de la primera vez.


El militar acompañó sus palabras con una desconcertante finta y la adolescente se ganó un buen porrazo en la mano izquierda, de nuevo con la vaina de la espada, la cual podría considerarse también un arma por su dureza. Ésta, de hecho, le dejó inutilizada la extremidad debido al intenso dolor que le produjo. La mensajera quiso poner espacio entre ambos, pero un instante de duda y reflexión le costó un rápido segundo punto; esa vez el estuche de la espada descargó la brutal fuerza de un ataque en arco contra su muslo.


Con la mano y la pierna izquierdas canceladas, cojeó con la derecha con el objetivo de impulsarse hacia su contrincante, pero los reflejos del mismo propiciaron que la pobre se llevara el tercer encontronazo, en esa ocasión en la mano que le quedaba sana. La desconcentración del daño la hizo apoyar la pierna izquierda, lo cual la llevó a caer de rodillas por tan repentino tormento físico.


¡Para…! —pidió con urgencia, dejando ambas dagas a sendos lados de su cuerpo, en el suelo.


Quizás fui muy duro contigo —la piedad de su atacante fue igual de rápida que sus agresiones, se detuvo, tal como la vencida lo pidió. Soltó también las armas y se arrodilló junto a ella con intención de atenderla.


Cayó entonces en manos de la mensajera, veía la oportunidad perfecta teniendo la atención del quel’dorei; empuñó de nuevo una de las dagas, marcó otro tanto con un ataque que le lanzó al cuello y se distrajo de nuevo. Aún si hubiera estado más atenta, no habría podido hacer nada contra el agarre que recibió. Baethal la obligó a tumbarse en el suelo y se le sentó encima, inmovilizándola.


Al parecer he ganado —comentó tras un momento de silencio en el que observó cómo la chica se retorcía y gruñía bajo su peso, mirándole aún de forma desafiante y rabiosa, antes de rendirse y soltar un suave “’dita sea” a la vez que dejaba caer la cabeza a un lado.


La castaña habría deseado que todo quedara ahí, sin embargo se vio venir por el rabillo del ojo cómo el llamativo cabello del vencedor se derretía al haberse inclinado su dueño hacia abajo, acercándosele. La benjamina de los Maddison sintió que el corazón se le aceleraba más incluso que durante el combate, tenía los ojos muy abiertos, pero su estupefacción no quedaría en aquello. El hombre le sujetó el rostro con una mano y la obligó a mirarle, a lo que ella respondió girando la cabeza hacia el lado contrario. Y no contento con tales evasivas, el libertino se le acercó al oído para susurrarle con tono lascivo:


Creí que me ibas a mostrar algo de ti que no había visto... —La pobre muchacha siguió inmóvil, en silencio, alterada y avergonzada—. ¿Lo de Crestagrana sigue en pie? —preguntó yendo directo al grano. Fue entonces cuando Ruthie tuvo la oportunidad de apartarle, pues le soltó las muñecas. Inmediatamente llevó las manos al pecho masculino. Le empujó suavemente y negó en respuesta—. Lo entiendo —dijo finalmente el elfo, levantándose y sacudiéndose las manos antes de ir a recolocarse la larga melena carmesí.


Lo siento. Hablé con Ivano y… nos formalizamos —aclaró la joven, que se había erguido hasta quedar sentada en el suelo, encogida sobre sí misma.


Tranquila, por eso dije que lo entiendo —insistió él de forma comprensiva, dedicándole una amistosa sonrisa mientras recuperaba sus armas y se las iba colgando.


Lo siento…


Con la luz, Maddison.


¡Espera! —había algo que se le quedaba pendiente y no quería dejarle irse todavía. Se puso en pie con cierto esfuerzo tras recuperar también sus puñales—. ¿Qué era lo segundo que querías enseñarme? —preguntó, aunque con cierta desconfianza, pensando que quizás se trataría de otro de sus chistes verdes.


Oh, era algo sobre como usar dagas —se le acercó de nuevo y, una vez más, la puso nerviosa—. Curiosamente, la mejor arma contra una armadura pesada es una daga, atacas a las juntas de la armadura y ya está. No matarás a nadie, pero lo inmovilizarás.


Se nota que eres el superior de ambos… —se refería a Ivano y Berthold.


Solo soy un soldado, Ruth. No soy superior, únicamente tengo más experiencia —dijo despeinándola con una mano por el mero hecho de incordiar, mientras ella tenía las manos ocupadas en colgarse las vainas en el cinto, con bastante trabajo, pues aún le dolían.


Ya llegará el momento en que te venza también a ti… —refunfuñó, agitándose y apartándose con el ceño fruncido, molesta, volviendo a peinarse rápidamente.


Ya veremos. Nos vemos. Tengo que atender otros asuntos —se despidió definitivamente, indispuesto a irse sin al menos un beso. Y tal cual, se lo robó del moflete—. Me quedé con ganas de probar en el otro campo de batalla.


Una última vez no le dio tiempo de esquivarle. La gilneana se ruborizó y se llevó una mano a la mejilla besada, viéndole alejarse y finalmente bajando la cabeza. Cuando se alejó una distancia a la que la perdedora consideraba que no la escucharía, murmuró para sí:


Y yo...