domingo, 10 de junio de 2018

Relatos cortos de Ruthie Maddison, 010. Ojos curiosos, capítulo 02: Huargen.


Verano del año 28 tras la apertura del Portal Oscuro.


Desde los caminos que cruzaban el bosque se veía el cielo despejado a través del follaje, entre cuyas hojas se colaban tímidos rayos de sol. El aire comenzaba a caldearse tras las primeras horas de la mañana, y poco más que un par de viajeros madrugadores se cruzaron a los dos guerreros en su paseo hacia Villa Azora.


Vaya cita con el pasado… —comentó Ivano para romper el silencio que había caído tras zanjar el tema de conversación anterior. Llevaba el estoque roto de su hermano mayor en las manos, cargando el resto de pertenencias en la caja cerrada bajo el brazo contrario. Se había quitado la armadura de la brigada para hacer el camino más cómodamente.


Debes hablar con ella —recordó su compañero.


¿Sobre qué? ¿Y por qué se ha molestado?


No estoy seguro. Me dijo que le habías dicho que tu prometida había fallecido. Yo… he abierto la caja... lo siento… —confesó el rubio, bajando la cabeza y frotándose el brazo con la mano contraria en aquel gesto tan suyo. Pero al brigadista no le dio tiempo de responder; oyeron unos gritos en cierto punto del camino. Uno de aquéllos era de una voz que reconocieron perfectamente: una chica lloraba y forcejeaba—. Oh, no… —murmuró, levantando ambos a la vez la cabeza hacia el origen de los sonidos.


¿Ruthie? —llamó el huargen, levantando la voz.


La tensión se hizo presente al instante. Desenvainaron sus armas lanzándose al peligro sin si quiera pensárselo.


¿Hacia dónde? —el gilneano estaba claramente desesperado—. ¿Ves algo, Berthold? —preguntó con prisa.


Tardaron muy poco en ver cómo dos hombres y dos mujeres acosaban a la conocida. La muchacha estaba tumbada en el suelo bajo el peso de una sucia mujer pelirroja que, sentada a horcajadas sobre ella, trataba de acallar sus gritos tapándole la boca. La otra fémina permanecía impasible mientras miraba a las que estaban en el suelo, y los tipos reían de forma burlona, buscando sujetar a la muchachita para inmovilizarla. Pero la gilneana siguió pataleando, propinó prácticamente sin querer una patada en el vientre a uno de los varones, uno calvo.


¡Hija de puta, estate quieta de una vez! —ordenó la que se sentaba encima, acabando por deslizar el trasero hacia sus piernas para bloquearle las rodillas.


Quizás si sus amigos no hubieran aparecido en ese preciso momento la habrían dejado libre tras robarle y violarla, o quizás la habrían matado y abandonado allí sin que nadie más se enterase, pero ninguna de las dos opciones ocurrió realmente. La presencia de los soldados propició un combate y una daga en el cuello de la indefensa.


Acercaos solo un poco y le rebano el cuello a vuestra putita —advirtió a los recién llegados.


¡No te muevas Ruthie! ¡Tranquila! —indicó Berthold.


Yo al de la izquierda —avisó Fabinson, muy seguro al haber elegido a su presa.


La que parecía más seria de todos señaló con la cabeza a los dos guerreros en cuanto les vio, indicando a los asaltantes que les atacaran. Y éstos no dudaron.


¿Qué queréis para liberarla y dejarla ir? —el alteraquí iba a intentar negociar, pero casi ni le dio tiempo de terminar la frase cuando aquellos dos tipos y la mujer morena se abalanzaron hacia ellos.


Los delincuentes se dividieron, su intención era distraer a ambos reclutas del ataque de la tercera, que se decantó por Ivano por ser más pequeño. Ravengaard fue capaz de deshacerse de su oponente sin demasiados problemas. Se defendió de la primera estocada, lanzó un contraataque y con un tercer movimiento le derribó, embistiéndole con el escudo y dejándolo en el suelo, desorientado.


El moreno no tuvo tanta suerte, pues la estrategia de aquéllos fue efectiva; el primer golpe solo era una distracción. Fue esquivado, pero inmediatamente recibió un buen mazazo en las armas, que llevaba el objetivo de arrancárselas de las manos. Por suerte la ira dominaba en ese momento al norteño, por lo que el agarre era firme. En cuanto recuperó la postura contraatacó contra el tipo, haciéndole dos buenos cortes en el vientre que le dejaron incapacitado.


¡Ivano, no les mates! —advirtió su amigo, viéndole demasiado alterado.


¡Para…! —pudieron oír entonces a la que aún estaba en el suelo.


¡Cállate! Mira lo que has conseguido... Tus amiguitos han herido a un hombre desarmado. ¡Estarás contenta! —gritó a la cara de su víctima aquella que atentaba contra su vida, mintiendo descaradamente en cuanto a lo de estar desarmado.


Aquello distrajo a aquél que todavía seguía en combate, por lo que apenas pudo defenderse de un segundo mazazo, que descargó en su rostro tras arrastrar consigo las dos espadas. Ésto le hizo trastabillar y caer. Insultó a la mujer por aquello, pero se levantó rápidamente para no quedar en desventaja, a la vez que se limpiaba la sangre de la boca y la nariz.


La pelirroja, al ver que sus compañeros no solo no vencían en aquel combate, sino que estaban en malas condiciones, gritó histérica y apartó la daga del pobre agarre de la castaña. En un visto y no visto la enarboló en el aire y la bajó con fuerza con tal de apuñalar en el pecho. La mensajera consiguió moverse, pero el filo se hundió igualmente en su cuerpo, abriendo una fea llaga justo bajo su clavícula. Gritó de dolor al notar cómo el arma chocaba contra los huesos y, aunque en ese instante maldijo la existencia misma, debió haber agradecido que fuese así, pues su esqueleto cumplió la función de proteger los órganos y la daga no llegó al pulmón ni cortó las subclavias.


En ese momento todo dejó de existir para el gilneano. Rugió, abandonó la lucha y se transformó a medida que avanzaba a paso rápido hacia la agresora de su pareja, ignorando la posibilidad de llevarse otro contundente golpe por la espalda. De hecho, la morena tenía intención de ir tras él, pero Berthold le bloqueó el paso. Éste capaz de hacer un tanto contra su vientre con la empuñadura, y en cuanto la mujer se curvó por el encontronazo, el rubio le propinó tal rodillazo en la cara que la dejó caer hacia atrás. Su otro enemigo, aquél derribado con el escudo, puso pies en polvorosa y huyó en cuanto vio el panorama.


Ya siendo una peluda criatura de más de dos metros, Fabinson, asqueado por el olor a sudor de los presentes e iracundo por haber visto con sus propios ojos cómo dañaban a su chica, pasó por encima de la misma, abalanzándose hacia la delincuente. Y en cuanto le vio, la herida se perdió a sí misma. Aquel ser que tanto temía era el mismo hombre al que quería, y ahora se encontraba frente a ella, atacando sin disimular a otra persona.


¡Debería matarte! —oyó el grave gruñido del monstruo justo antes de verle propinarle un puñetazo a la pelirroja.


Al instante la adolescente cerró los párpados y dejó de ver. Todo se tornó negro, igual que el pelaje del licántropo, igual que el de su propia madre. No notó que Berthold la abrazaba y obligaba a apoyar la cabeza contra su pecho para que no mirase, ya era tarde, ya estaba en shock.


Todo era negro para ella; el callejón al que había llegado su mente, el ser que allí se encontraba, la sangre de la muchacha que yacía destripada en el suelo… También los harapos que aún quedaban del vestido de su madre sobre la piel de la huargen, e incluso los rizos pelirrojos de la mujer inerte se tornaron negros debido a las alucinaciones provocadas por la fobia. Lo único que quedó en su visión fueron los dos intensos ojos rojos de Stacy, idénticos a los de la criatura que la protegía en ese instante.


No se dio cuenta de qué había pasado, pero para cuando volvió en sí, las dos mujeres estaban inconscientes mientras que el otro asaltacaminos se desangraba. Ivano, habiendo vuelto a su cuerpo humano, se acercó a Ruthie ofreciéndole la mano pero, por supuesto, su contacto fue rechazado. La chica recogió las piernas cuando le notó cerca, soltando un gemidito de temor y dolor y llevándose la mano izquierda a la clavícula contraria. Notó la sangre y se quedó congelada.


La llevaré a la abadía… —advirtió de inmediato el guerrero del escudo, con expresión dolida por verla así—. Deben tratarla rápido o... no sabremos que pasará. Llévatelos, pide ayuda a la guardia si es necesario, aprésalos y que se pudran en las celdas…


Quisiera ser yo quien la lleve —pidió el ex granjero.


Eso quizá empeore su estado —recordó—. Por favor, déjame llevarla.


Cuídala mucho, por favor… —no había tiempo para discutir sobre quién la pondría a salvo, por lo que se dejó convencer rápido.


Mi propia vida. Daré mi propia vida de ser necesario. Pero no dejaré que le pase más nada —aseguró el alteraquí, viendo que su protegida se removía y ponía una mueca de dolor—. Ruthie... no te muevas mucho —la levantó en brazos sin esfuerzo alguno.


Afortunadamente el ataque se produjo bastante cerca de Villadorada, por lo que la mensajera recibió los primeros auxilios pronto. En el lugar se cruzaron con aquella torpe draenei llamada Elasay, que hizo que a Berthold se le iluminara la mirada. Tuvo que explicarle qué había ocurrido, pero mientras, la mujer ayudó a estabilizar a la herida mientras era trasladada en carro a Villanorte. Aún no había llegado la hora de morir de Ruthie.