viernes, 15 de junio de 2018

Diario de Ruthie Maddison, 018. Transformación en el lago del Hito.


Verano del año 28 tras la apertura del Portal Oscuro.


Aquella noche se había acordado de beber algo que le facilitara escribir durante más rato, aunque era su mente la que traicionaría sus capacidades. Su jornada no fue precisamente calmada, y la anemia provocada por la falta de sangre, de la cual aún no se había terminado de recuperar, le provocó a media tarde un vahído que mereció atención ajena.


Volvía de Villa Azora a lomos de Nyel, pero ir pensando en la conversación con Katz Prichard la hizo dejar de prestar atención en el camino, por lo que la yegua, llevada por su glotonería, se desvió de su ruta. Ruthie, sin embargo, no la corrigió, pues pensó que quizás le sentaría bien un pequeño paseo con el que seguir meditando. No pensó que se adentraría en el bosque tanto como para perderse, mucho menos tanto como para encontrarse allí con la persona a la que llevaba días evitando.


Volví a verle. Todo por culpa de la yegua dichosa. Por gracia o por desgracia, volví a verle. Estaba volviendo de Azora y dejé las riendas libres, pero el estúpido animal me metió por donde no era. Llegué a un lago y resultó ser el sitio donde Ivano me estaba citando en sus notas. Por lo visto estaba bastante cerca de Villa Azora. Me resultó irónico, pero ahora que lo pienso es lógico que quisiera citarme lo más cerca posible de donde vivo...


Intenté huir. El bosque es el peor sitio para encontrarse con un lobo, pero hacer correr a esa estúpida gorda es casi imposible. Y yo iba con un puñetero vestido. De no ser por ello habría podido llegar a casa. O habría salido corriendo y me habría perdido más, no sé. El caso es que me atrapó.


Por suerte Berthold parecía estar vigilándome o algo, supongo que me estaba siguiendo, porque apareció y se puso entre ambos. Aún así, él también insistió en que hablásemos. Nos dijo que nos diéramos la espalda. Me resultó muy sospechoso, pero al final lo hice. Y lo hice únicamente porque Bert estaba ahí. Jamás le habría dado la espalda a uno de los suyos estando solos… De hecho, cuando me volví a girar luego, vi que Ivano ya no estaba de espaldas. Estuvo contando qué había pasado con todo. Lo del cuadro, lo de la carta... le vi derrumbarse otra vez.


La castaña en ese momento tenía el ceño fruncido en una expresión de dura lucha contra sí misma en la que casi se veía perdiendo, pues estaba a punto de echarse a llorar.


Y ya no pude más. Acabé por irme, no quería seguir allí, es que parece que solo me produce llantos y dolor. Pero me mareé al girarme e intentar caminar rápido. Desde el ataque me mareo y me desvanezco continuamente, debí perder bastante sangre. Mucha. ¿De dónde sacará el cuerpo la sangre cuando se queda vacío...? Quizás es el agua que bebemos, que cambia de color cuando entra al cuerpo…


Resopló entonces, soltando el lápiz, llevándose ambas manos a la cara y negando con la cabeza. Intentaba dejar de pensar en las malas experiencias de aquel día, pero cuando se puso a divagar sintió vergüenza de sí misma. Se levantó de la silla para ir a por un vaso de agua y asimilar la tontería que acababa de escribir. Se había quedado mirando por la ventana de la cocina mientras rumiaba lo sucedido. Cuando se despejó del lapsus retornó a la silla y plasmó rápidamente sus pensamientos antes de olvidarlos:


En fin, que me mareé e Ivano vino a atenderme. Habría seguido intentando huir, pero para qué engañarnos, su calor me calmó... En realidad echaba de menos sus brazos y su contacto... sus abrazos…


Me trajeron de vuelta a casa y me acostaron sobre la cama de Berthold. Estuve un poco descansando y me desahogué llorando un rato, y luego me ofrecieron té e Ivano se disculpó. En el fondo me siento tan estúpida por todo… Explicó que el cuadro era un regalo de su hermano mayor, dijo que había estado ahorrando para regalar a su familia aquella ropa para hacer un retrato de familia. Y también dijo que no sabía que Justine, su prometida, siguiera viva.


Al final decidí darle la oportunidad de explicarse. Salí con él esa misma tarde, y poco tardé en derrumbarme. En mi defensa diré que estaba agotada, tanto física como mentalmente… y que él siempre me ha intimidado, lo quisiera o no.


Le pedí perdón… le pedí disculpas muchas veces. Me sentía muy culpable porque él estaba sufriendo también, por mi culpa. Recordó su pasado, se hundió con él y yo no estuve a su lado para apoyarle, sino que además, le culpé. Y él, en toda su monstruosa bondad, me perdonó. Me abrazaba y me miraba con esos ojos de fuego, con una mirada de amor que… que… no quiero perderle jamás… No sé cuánto rato estuve llorando entre sus brazos, lo que sí que sé es que echaba muchísimo de menos que me abrazara.


La mensajera se había dado cuenta de que el último párrafo le había salido con letra temblorosa, había llegado a emborronar algunas partes para continuar escribiendo después algo diferente. Volvió a apartar otra vez la mano del libro y se frotó los ojos a la vez que suspiraba y resoplaba, e intentó escribir una vez más:


Y aún, después de todo aquello, me pidió que hiciera algo por él, en compensación. Pero estaba dispuesta a lo que fuera porque me perdonase, habría hecho todo por él en ese momento. Todo. De hecho me pidió que le viese transformado… en su cuerpo de huargen y acepté. Era algo necesario después de todo, y al fin y al cabo, tarde o temprano acabaría viéndole igual.


Me llevó a una especie de isla pequeña que hay en el mismo lago en el que me citó. Subimos a un bote y llegamos al lugar. Allí por lo visto hicieron un monumento a los caídos durante la Primera Guerra, aunque no es más que una piedra gigante con muchos nombres. Me daba miedo estar allí, en un islote rodeada de agua y sin saber nadar. Y allí se transformó… Podría haber acabado conmigo y nadie se habría enterado.


Fue horrible desde el principio. Sus huesos crujían, su cuerpo, su boca y sus orejas crecían, el pelo le cubría todo el cuerpo, los ojos se le tornaron rojos, rojos como joyas… No fui capaz de moverme. Quería huir, quería alejarme de él otra vez, mi mente lo necesitaba, pero mi cuerpo no se movía. Y cuando me miró mis piernas ya no querían seguir funcionando y me caí de rodillas. Tenía mucho calor, me costaba respirar, me dolía la cabeza y me sentía mareada, mi cuerpo temblaba y yo no era capaz de controlarlo. Y él no dejaba de mirarme. Un huargen… pero no era él a quien yo veía en ese momento, eso es lo peor.


El monolito desapareció, junto con la isla, el cielo, el bosque e Ivano mismo. Me acordé de Gilneas. Volvía a estar allí. Yo creo que algo en el mundo solo quiere que, cada vez que veo un huargen, vea de nuevo a mi madre y a mi hermana con todo fuera. Que no era un monstruo, me dijo. Pero me di cuenta de que aquella voz no era la de mamá… Vi que se acercó más y me llamó como suele llamarme Ivano. “Mi Ruthie”. Noté como si algo estallara en mi cabeza. Los ojos de mi madre cambiaron de color, se volvieron rojos. No era mi madre. Me ofrecía la mano. Es que de verdad sentí como si me explotara la cabeza o algo, el huargen aquel se volvió a convertir en Ivano de golpe.


Al final levanté la mano hacia él y él tocó la palma de mi mano con su zarpa. Estaba calentita. Me sentí como si de repente me hubiera quitado algo muy grande de encima y mi cuerpo se sentía muy ligero, pero aún así no podía levantarme. Notaba como si no pesara nada, como cuando estoy recién despertando y todavía no noto la almohada debajo de mí, como que estoy flotando o algo así. En verdad nunca he flotado, no sé cómo se siente eso…


Ivano dio vueltas alrededor de mí, volvió a sentarse delante, intentó convencerme de que ese era él… y luego volvió a su cuerpo humano. No estuvo mucho tiempo, pero lo agradezco.


Me llevó de vuelta a casa de Bert, y para colmo del día por el camino me dijo que quizás tendría que ir a la guerra… No fue un buen día para nada.


Se quedó con el lápiz apoyado sobre el papel mientras releía la última frase. Quería escribir algo más, no quería dejar aquello con tal final, pero a medida que pasaron los segundos su mente se fue apagando. En cierto momento cerró los ojos y cuando se dio cuenta se había puesto a pensar en otras cosas. Al final suspiró por la nariz y comenzó a guardar todo, negando con la cabeza.