lunes, 14 de mayo de 2018

Relatos cortos de Ruthie Maddison, 003. Atrapada.


Primavera del año 28 tras la apertura del Portal Oscuro.


Al final consiguieron convencerla de ir a la verbena, totalmente desganada, en un principio. Por supuesto, el hecho de que el elfo pelirrojo decidiera cambiar sus propios planes para asistir también, fue un gran aliciente para la joven, por no decir que fue un dato decisivo.


La región de las Montañas Crestagrana era realmente árida en comparación a Elwynn. La tierra era roja, lo que daba nombre al lugar. Para llegar a su destino tuvieron que cruzar una sierra. Villa del Lago se encontraba entre simas, a más altitud que Ventormenta. También ésta hacía honor a su apelación, pues se encontraba justo a la orilla del gigantesco Lago Serpentino, también albergado entre las cumbres.


El aire era cálido, pero se iba refrescando a medida que se acercaban al pueblo, salvo cuando se adentraron en la fiesta, debido a fuegos, cocinas y afluencia. Había kioskos y puestos por todos lados, respetando siempre el orden de callejas y plazas. Olores de bebidas, colores de cristaleras y sabores de comidas hechas de mil formas, daban tentación a todo aquel que pasara cerca. El grupo que hizo junto el viaje llegó a tiempo para ver una cabalgata, que en un principio parecía aburrida, pero que pronto comenzó a atraer la atención de los presentes gracias a bufones, zancudos, cabezones, disfraces y monstruos construidos de madera y papel.


Cuando tal bienvenida, para la que casi no tuvieron tiempo de vestirse en condiciones, terminó, la delgada humana dijo que iría buscar a Baethal para hablar con él sobre lo que llevaba tanto tiempo dándole vueltas en la cabeza, pero antes quiso ponerse guapa. La gente se dividió en varias actividades tras desearle suerte; algunos querían ir a bailar, otros a beber o ir a presumir sus mejores galas, y también estaban quienes necesitaban descansar del camino. Ruthie, ya luciendo un corpiño y una larga falda con tonos beige y blancos, se quedó con Ivano, quien la acompañó a comprar comida y bebida. No podía pasar nada por beber una sola copa de vino, y después de todo necesitaba desinhibirse un poco antes de la charla que le esperaba.


Estuvieron buscando al quel’dorei, pero llegó un punto en que la chica se cansó y decidió dar un paseo por las pasarelas del muelle. Aunque el hombre realmente había ido destinado en calidad de guardia, fue con ella a la orilla del lago, donde se sentaron cómodamente a procrastinar y disfrutar del fresco de la humedad en el aire. La mensajera no se quejaría de que estuviera de permiso. Le encantaba su compañía, se reían y estaban a gusto cerca del otro, además ambos tenían los mismos sentimientos hacia temas comunes, como la pérdida de su tierra natal o el miedo y respeto hacia los huargen.


Pasaron la tarde allí incluso con la castaña habiendo insistido varias veces en que debían devolver la copa de vino y la jarra de cerveza. Llegaron incluso a dormirse juntos al raso a cierta hora del anochecer, momento en que el pichel rodó hacia el agua. A pesar de todo él prefería estar más tiempo allí, y lo demostró de forma explosiva. Al despertar y asimilar su situación, él pareció ofrecerse para llevar el otro recipiente, no obstante, en lugar de marcharse, lo lanzó lejos. Dejó así claro qué pensaba sobre el deber de retornar a costa de perder aquel rato.


A la muchacha le encantó el gesto, especialmente al escuchar cómo el cristal se hacía añicos tras estrellarse contra alguna roca, tronco o lo que fuera. Esa tarde rió con él como hacía muchos años que no lo hacía. Consiguió convencerla, se quedaron un rato más, tiempo que la burguesa aprovechó para caminar descalza por la orilla del lago, dañándose un tobillo en el proceso debido a un resbalón provocado por el musgo. Pero, como todo, llegó el fin de la jornada. Ya había oscurecido y el recluta notaba el miedo de su compañera hacia las alimañas y bestias que pudieran acecharles, por lo que acabó accediendo a llevarla al complejo de la verbena.


La vuelta fue tranquila, aunque Maddison no recordaba que se hubieran alejado tanto, por lo que se puso a divagar. Pensó de nuevo en el elfo, al que no llegó a ver. No recordaba cuándo su mano había sido envuelta por la masculina, ni cuánto tiempo habían estado caminando enlazados. Llevaba ya bastante rato sin decir ni una palabra, prácticamente desde antes de comenzar a andar hacia la villa, y el varón se dio dado cuenta, como era de esperar.


¿Y ese silencio? —preguntó. La recadera negó con la cabeza, abriendo los ojos rápidamente, aún sin decir nada. No sabía mentir. Entonces el barbudo detuvo la marcha y se colocó frente a ella para cortarle el paso, tirando de su barbilla con el dedo índice hacia arriba para obligarla a alzar la cabeza— Ruthie… —la nombrada no levantó la mirada de su pecho, aunque el rostro apuntaba hacia el de él.


Ninguno de los dos se dio cuenta de que la draenei Elasay vagaba aburrida en el huerto junto al que estaban. La humana estaba demasiado ocupada intentando guardar sus nervios; el antiguo granjero tenía otra tarea, que era abrazarla. Sus manos fueron directas a la fina cinturita envuelta con la apretada tela. La única respuesta de la ex-burguesa fue subir por instinto las suyas al pecho de él, como si de aquel modo pudiera mantenerle en su sitio, fuera de su inexperto y alterado corazón. Seguía sin mirarle y mucho menos soltaba vocal.


El siguiente acercamiento fue tan simple e inocente como decisivo: el mayor colocó la frente apoyada contra la de su acompañante, lo cual alteró visiblemente la respiración de la joven. Por puro instinto, sus labios se abrieron levemente en un intento por captar más aire. Además, tal confusión la llevó a mirarle, finalmente. En mal momento, porque justo lo que vislumbró a través de las pestañas fue al soldado acercar los labios hacia los de ella. Y poco después no siguió viendo, cerró los ojos y sintió que la mandíbula le temblaba, del mismo modo que le temblaban manos, rodillas y alma. Luego fue otra cosa lo que captó su atención.


En cuanto Ivano la besó con tanta calidez y cariño el mundo dejó de existir para la señorita, que centró todos sus sentidos en los labios masculinos. Ya no le importaba Baethal, ni casarse, ni qué pudieran decir los demás, ni los nobles, ni si quiera la voluntad de su difunta familia; en su mente solo estaba aquel contacto. Extrañamente, en lugar de ponerse más nerviosa, aquel beso paralizó todo el miedo y la tensión, haciendo que se desvanecieran en una oscura calma que ordenaba a su cuerpo dejar de sentir. Mas sí se puso algo tensa cuando con la contenida fogosidad, el huargen rodeó su cintura. Ruthie no lo sabía, pero había sido atrapada para siempre. A decir verdad, ella misma colaboró en cautivarse entre sus brazos; no sabía cómo reaccionar, solo se dejó llevar y deslizó suaves caricias hacia su cintura, acariciando por el camino el torso y el abdomen de forma distraída.


Una vez su compañero consideró que era suficiente, separó los labios de los de ella, recibiendo como queja un cálido suspirito entrecortado con sabor y olor a vino, junto con una desconcertada y perdida mirada de color burdeos. Y de repente mostró o fingió arrepentimiento, pues no la soltó a pesar de sus palabras.


Me he… propasado… —declaró lo obvio—. Si ha sido demasiado, por favor, házmelo saber.


Poco a poco la voz grave y ronca debido al volumen la devolvió al mundo real, si bien lejos de hacerla entrar en razón y apartarse e incluso abofetearle por robarle su primer beso, aquel que con tanto celo guardaba para el esposo adecuado, el tono de su paisano la atrajo más. Apretó el abrazo a la vez que cerraba los párpados y se levantaba sobre las puntas de los pies para hundir la frente en su cuello, refugiándose así entre la corta melena y barba del soldado. Tras unos instantes murmuró:


Me da vueltas la cabeza…


¿Te sientes bien?


No lo sé… Creo que sí —respondió la muchacha hinchando el pecho contra él.


Perdóname, Ruthie…


No has hecho nada malo —respondió la otra negando.


El ex-granjero se separó sosteniendo sus manos con ternura, mirándola mientras ella bajaba la cabeza. No tenía nada que perdonar. Se sentía liberada a la vez que preocupada. Se preguntaba muchas cosas mentalmente: cómo se sentirían sus padres si se enteraban de que había tenido tal roce con alguien que ellos probablemente considerarían muy indigno, si su hermana estaría orgullosa, si aquello había sido solo un desliz o había sentimientos de por medio…


Dime algo, Ruz —pidió de nuevo el recluta, preocupado con su silencio.


No sé qué decir… —contestó la nombrada, nerviosa.


No la hizo sufrir más. Por fin, y aún así de acaramelados, el huargen la guió hacia la posada para que descansara. También él necesitaba pensar.