sábado, 5 de mayo de 2018

Relatos cortos de Ruthie Maddison, 002. Confesiones.


Primavera del año 28 tras la apertura del Portal Oscuro.


La noche comenzó siendo intensa. Después de hablar otra vez de lo mismo con Dunnabar, quien le sugería el confuso mensaje de «tienes que hacer esto, pero tú haz lo que quieras», entró a la taberna, saludó a los conocidos y reparó en Óliver, que bebía en un rincón. Se le acercó y, tras esconder con disimulo la acaparada botella de ron, le insistió en que debía salir a tomar aire. Cereza y algunas otras malas compañías de la infancia le dejaron recuerdos de cómo debía tratar con borrachos, así pues, por fortuna, consiguió convencerle y se lo llevó a la calle. Aparte de la gran borrachera, el desdichado rubio tenía, para sorpresa de Maddison, una tremenda depresión y incluso la confianza suficiente en ella como para contarle qué le pasaba. Según decía, nadie le tomaba en serio, cosa totalmente comprensible a causa de su comportamiento.


A aquella hora Baethal andaba por la zona, aunque no daba la sensación de saber cómo animar a la gente. Debido a ciertos comentarios se llevó varias regañinas por parte de la muchacha antes de que el arquero se marchara. El divino pelirrojo estuvo allí algo más de tiempo, suficiente como para saludar a quienes llegaron justo después, Kianna e Ivano. Cuando el elfo se marchó, los tres amigos se sentaron, dos de ellos fijándose en cómo Ruthie se había desanimado por enterarse de que quien le gustaba no asistiría a la fiesta organizada por los Tudor. Descartó su propia asistencia después de asimilarlo. Fue la enana, quien ya le tenía algo de cercanía, la que inició el primer sermón.


No lo entendéis. Es que no quiero una relación con él... —insistía la castaña, defendiéndose de los consejos que la pobre consideraba ciertamente agresivos. No obstante, una frase de la bajita, que repitió sus propias palabras dichas días antes, la hizo llorar delante de quienes pasaban por allí:


«Ni si quiera sé lo que quiero» —ésta giró la cabeza hacia la joven con una expresión que parecía reprocharle tal verdad.


Nadie parecía aprobar las relaciones amorosas interraciales, a la vez que tampoco tenían pinta de entender que solo se sentía atraída por el físico del elfo, y que lo que realmente deseaba era honrar el recuerdo de su familia y cumplir sus designios casándose con alguien de alta cuna, y no con el primer guapo que se le cruzara por delante. A pesar de todo, estaban confundiendo a la ex-burguesa, haciéndola pensar que sí estaba realmente enamorada. El tema, por si fuera poco, la avergonzaba. Se había acercado también Zafiro, otra elfa quel’dorei, una modista a la que la pequeña amiga de Ruz tenía encargado un vestido justamente para adecentarse de cara a la verbena. Aquélla coincidía con la opinión de los otros.


Finalmente el que ahora era guerrero, quien había sido mucho más suave con sus palabras, la salvó de la situación ofreciéndole un paseo para que calmase el llanto. Las otras dos entendieron que quería estar a solas con la castaña, pero la de castaña melena sospechaba que seguiría con la conversación al encontrar un ambiente más íntimo. Aún así aceptó. Se acercó a la rechoncha y se agachó hacia ella. Tras darle un fuerte abrazo y susurrarle un sincero «gracias», le dedicó una cálida sonrisa llorosa y se despidió de Zafiro agitando una mano hacia ella.


Tenían tiempo suficiente antes de que se hiciera demasiado tarde, así que, bajo secreta decisión del varón, pusieron rumbo a Ventormenta. Parecía que el granjero dejaba a propósito lapsos de mutismo. Por suerte no fueron silencios largos ni incómodos, tuvieron alguna cháchara casual acerca de enanos y elfos, de lo curiosas que eran las relaciones de cualquier tipo con ellos. No volvió a sacar temas incómodos hasta que llegaron a donde quería llevarla.


¿Sabes qué es lo que nos diferencia como pueblo de los demás, Ruthie? —preguntó dejando de lado las formalidades y llamándola por su nombre con aquella voz profunda y grave. Maddison movió la cabeza de lado a lado, haciéndole responder—: Nosotros no olvidamos de dónde venimos. Los gilneanos somos diferentes de todos los otros reinos porque amamos demasiado nuestra tierra. ¿No es así?


Echo de menos mi hogar… —suspiró la nombrada, ocultándose tras el cabello, que le cayó por delante al bajar la cabeza.


Nosotros amamos nuestra tierra, nuestra familia y nuestras tradiciones, el respeto que le tenemos a los nuestros no lo tiene ningún otro reino. Eso es lo que les cuesta entender a los extranjeros —le dedicó una sutil sonrisa. A pesar de que era obvio que no le veía, sabía que lo notaría en su tono.


Por eso quiero honrar a mis padres. Tú puedes entenderme mejor que nadie.


Y lo haré siempre que pueda. ¿Sabes qué querían que hiciera mis padres? —la aludida negó otra vez—. El día que mi hermano se unió a las fuerzas, mi padre, Pietro, vino conmigo y tuvo una charla especial.


Dichosas charlas especiales… —murmuró su paisana recordando a Dunnabar y Lysanthir, y después a Kianna y Zafiro.


«Ivano», me dijo. «Ahora que tu hermano sirve a nuestra gran nación, te toca a ti conservar el buen trabajo de los Fabinson». Era apenas un crío, y mi padre me decía que yo tomaría su lugar cuando él ya no estuviera. Era mi trabajo seguir con la granja Fabinson —su oyente arrugó las cejas levantando y ladeando la cabeza a la vez que le dedicaba una expresión de intriga: quería saber más por algún motivo—. Creo haber escuchado que tus padres también tenían planes para ti.


Así es —confirmó—. Muy diferentes.


Pero planes al fin y al cabo, ¿no es así?


Sí…


A medida que paseaban camino al puerto, ya por la ciudad, seguían hablando. La compañía no podía ser menos excelente para la adolescente en aquellas circunstancias, sin embargo el hombre volvió a quedarse callado en cierta ocasión. Esa vez sí fue incómodo, aunque no se hizo mucho por remediarlo, pues la señorita creyó que su acompañante quería mantenerse así de forma deliberada. Resultó que realmente le estaba dando la palabra para que le explicase aquello, había entendido aquel silencio mal y se dio cuenta tarde.


Teníamos un comercio de correo y vendíamos caballos. Criaron a mi hermana para que heredase los negocios y a mí me enseñaron desde pequeña cómo ser una buena esposa. Querían que me casara con un burgués o un noble. De ese modo no tendría que trabajar, como mi hermana mayor.


Hubo otro momento de tranquilidad cuando llegaron al destino elegido por el varón; el belvedere conocido como Reposo del León. Una vez allí él colocó ambas manos sobre el bajo muro, oteando al abismo que se les dibujaba delante. La que le seguía se quedó algo más apartada.


¿Sabes qué otra cosa tenemos los gilneanos que a otras personas les cuesta entender? —preguntó el mayor tras unos segundos, clavando las pupilas en el claro rostro más infantil. Recibió de vuelta una mirada de la fémina, que volvió a menear la cabeza de forma negativa—. Nosotros tenemos que luchar por ganarnos un lugar. Nuestro hogar ha desaparecido por el momento y, lastimosamente, poco podemos hacer al respecto —le explicó a medida que se le acercaba cautelosamente. Le tomó una mano con la intención de darle apoyo mediante el contacto físico. Ella hundió los hombros y bajó la cabeza hacia el océano, pensativa—. Para nosotros no hay un matrimonio al que esperar, o una granja de la que debamos encargarnos, no de momento. Por eso lo que debemos hacer es plantarnos bien fuerte en el suelo y fijar nuestro curso hacia donde queremos dirigirnos, y luchar con todo para conseguirlo. ¿Entiendes lo que trato de decir? —preguntó al verla tan callada, mostrando cierto pesar.


No me enseñaron a luchar por mí misma… —replicó la recadera con voz temblorosa, alzando sus ojos, de nuevo húmedos, hacia los de color miel del moreno—. Yo… aprendí a pelear cuando me escapaba de casa, cuando huía de la exquisitez de mi familia y jugaba con los niños de las cloacas —tragó saliva antes de continuar, observando esa vez las manos aún sujetas de ambos, de las que la pequeña y fina temblaba más incluso que su voz—. Eran ladrones. Y fue gracias a ellos por lo que mi hermana y mi madre sobrevivieron un poco más de tiempo. Ellos me enseñaron los recovecos de la ciudad y cómo llegar aquí y allá desde las alcantarillas. Desde que mi padre murió, fui yo quien guió a mi hermana y a mi madre. Después de eso ya no fui capaz de luchar contra los monstruos que llegaron… —se le quebró la voz al referirse a los huargen. Apartó la cara bajándola finalmente al suelo y respiró hondo—. Por ellos me dan tanto miedo los lobos —añadió en un último comentario.


Ivano era uno de aquellos seres a los que la delgada extranjera llamaba monstruos y, lejos de ofenderse, le mantuvo su realidad oculta con tal de no espantarla, soportando sus prejuicios. Ya sin saber qué más decir para confortarla se le acercó para darle un abrazo, tímidamente en un principio. Él la entendía muy bien, pocas personas podrían tener hacia su historia tanta empatía como la de aquel tipo. La fraternal y cariñosa cercanía que le dio no habría sido la misma en ningún caso. Sin duda era el gesto más acertado en tal instante y ella aceptó el contacto apoyando la frente sobre su hombro derecho. El lejano rumor de las olas solo se rompió con un leve sollozo de la muchacha durante unos minutos, hasta que el habla grave volvió a llamar su atención.


En este mundo trastornado lo único que tenemos son las relaciones que hacemos —la voz de él se tornaba dolida con aquellas palabras. El achuchón se apretó, la nombrada se sentía protegida y cubierta entre los brazos masculinos. Aunque él mismo necesitaba algo de comprensión y cariño, y podía notarse debido a que los ojos ambarinos también estaban húmedos— Somos supervivientes, no vale la pena mirar el pasado —tuvo que tragar saliva para mantener el tono firme—. Tenemos que plantarnos como un roble y mirar directo hacia el futuro. No podemos dudar.


La pecosa procuraba no dejarle mojada la camisa. Sabía que debía luchar por su futuro y olvidar el pasado, lo deseaba, era el motivo por el que viajó a Ventormenta en lugar de quedarse en Darnassus. El problema era que carecía la fortaleza necesaria.


Pero yo no sé cómo será mi futuro. No sé… no sé nada… —se sentía débil, inútil, inexperta e indefensa. Rodear la cintura del granjero en aquel abrazo y sujetarse a sus lumbares con las manos no la consolaba lo suficiente. Aquél tuvo que hacer acopio de fuerza para no derrumbarse frente a la chica.


Un paso a la vez, Ruthie. Un paso a la vez. Juntos, como pueblo, podemos lograr lo que sea, lo que nos propongamos. Solo necesitamos determinación —trató de verle el rostro a la vez que ella lo seguía ocultando—. Recuerda: incluso si ahora no lo sabes, puedes tomar el camino que desees. Sin embargo eso es algo que debes encontrar por ti misma.


Al notar que intentaba alejarse, la castaña supuso que quería soltar el abrazo, por lo que se apartó de él y se tapó con ambas manos a la vez que gimoteaba que echaba de menos a su familia.


Vine para intentar olvidar todo, pero no consigo quitarme nada de la cabeza —replicó sonriendo con tristeza, y al ver su estado se quedó seria, bloqueada.


¿Puedo contarte algo personal? —preguntó el que trataba de consolar, comenzando a sentir que no soportaría las lágrimas mucho más tiempo. Su paisana asintió, respirando hondo para intentar volver a relajarse, pues se veía totalmente incapaz de hablar—. El día que me alisté, fue el primer día de felicidad que sentí en mucho tiempo. Mi meta, la razón por la que había venido aquí, comenzaba a lograrse. Ya no era más un sueño, se estaba volviendo una realidad. Tenía amigos que celebraron conmigo ese logro, pero… —no pudo soportarlo más, los bonitos ojos del color del sol se desbordaron. Aún así, la entereza que su dueño mostró fue realmente admirable: su semblante no cambió ni un ápice, lloraba sereno— ...no era lo que mis padres habrían querido, debí vivir y morir siendo granjero. Con todo, sabía que celebrarían ese logro conmigo. Mi padre y mi hermano me darían un fuerte apretón y mi madre un gran abrazo. ¿Sabes qué fue lo más duro? El saber que nunca los vería hacer eso y que jamás tendría sus felicitaciones —la muchacha volvió a sollozar cuando escuchó tales fantasías. Sintió que le temblaba la mandíbula y volvió a bajar la cabeza mientras él seguía explicando—. Les escribí una carta agradeciendo sus enhorabuenas y diciendo que daría lo mejor, no por mí, sino por ellos. Sería mi manera de honrarlos —la triste sonrisa que dedicó a la más baja acentuó la melancolía de la situación—. Quizás pueda servirte de algo el dar honor a tu apellido, aunque sea lo único que quede de tu familia. Convierte la piedra del olvido en una armadura de orgullo y aférrate a ella —finalmente se pasó una mano por la cara para secársela y se giró hacia el océano.


No sé hacer eso. En realidad… —respiró hondo, recordando las palabras que siempre le decían—: En realidad no soy más que una niña…


Somos supervivientes. Tú y yo. ¿Crees que una niña habría podido con todo lo que hemos vivido?


¿Pero por qué yo? ¿Por qué todo esto, yo sola, sin alguien que me guíe o me diga qué he de hacer?


No estás sola —sentenció el otro con firmeza—. Me tienes a mí —Maddison le miró con algo de sorpresa, en silencio, sin saber del todo cómo interpretarle—. Debemos estar unidos, como nación, como pueblo, como familia. Y siempre que me necesites, estaré ahí para ti.


La humana soltó otro leve sollozo y esta vez inició ella el abrazo, con fuerza. El ancho varón correspondió. Parecía a punto de añadir algo más, pero un acto valía más que mil palabras. Ella respiró hondo varias veces aún abrazándole, hasta que se separó despacio y con suavidad.


Gracias… —gimió—. Gracias por todo, Ivano Fabinson.


No ha sido nada, Ruthie Maddison —le secó un poco las mejillas con un dedo, gesto que sacó una leve sonrisa de los suaves labios femeninos. La joven le acarició de vuelta con la mejilla de forma cariñosa, como haría un gato en busca de mimos, y luego le sujetó los dedos con sus propias manos.


Haré todo lo posible por ayudarte también. Cuenta conmigo siempre que necesites algo —ofreció sacando las palabras directamente desde el corazón.


Y nada de llorar por elfos —comentó el otro con una sonrisa, intentando cambiar los ánimos de la charla.


Que no me gusta… —insistió una vez más la aludida, riendo por lo bajo aún con la cara roja y mojada. Apartó la mirada para secarse ella misma.


Bueno, nunca está de más advertir —se excusó el barbudo, apoyándose contra el muro y echando un vistazo más al muelle mientras era observado.


La salada y fresca brisa marina les voló el cabello a ambos y atrajo la atención de los ojos marrones. Pasaron unos minutos en silencio, disfrutando simplemente de los sonidos nocturnos del puerto y las lejanas tabernas aún despiertas. Lentamente los pensamientos más sombríos daban paso a preguntas menos melancólicas. Tras unos momentos más de duda, la gilneana preguntó:


¿Cómo puedo saber… quién es el adecuado?


El tipo adecuado te lo haría saber desde el primer segundo, anteponiendo tus intereses a los suyos y demostrándote su amor y afecto sin si quiera decir palabra —explicó él sonriendo con nostalgia—. O eso solía decir mi madre.


Mi madre decía que ella diría quién es el adecuado —respondió la huérfana sonriendo de medio lado.


Bueno, entonces debes honrarla tomando una buena decisión por tu cuenta. Aunque aún te queda bastante para encontrar al indicado, eres joven y linda, tampoco es como que tengas problema.


Nunca me dijo cómo ha de ser un buen hombre —suspiró y alzó la vista al cielo. Luego la tornó hacia su acompañante, algo sonrojada al asimilar los piropos. Acto seguido volvió a bajar los ojos al muelle—. ¿Sabes…? Creo que sigue viva en algún sitio.


La esperanza es lo último que muere. Si crees que sigue viva, entonces también lo creo. Y deseo de corazón que puedas encontrarla algún día.


Yo… no sé si querría verla… —esa vez se puso más seria.


¿Por qué lo dices? —el otro se mostró realmente extrañado girándose hacia su compañera de penas.


La última vez que la vi estaba intentando devorar a mi hermanan. Era uno de aquellos monstruos… —relató tras morderse los labios como hacía a menudo, cerrando los párpados. Su volumen bajó cada vez más.


No tienes que contarlo —quien la escuchaba hizo una mueca de incomodidad, intentando que no se le notase.


Eres el único que conoce a estas alturas toda mi historia… —ella se encogió de hombros.


Entiendo que no es algo que uno vaya contando por ahí a menudo. Además, puedo decir lo mismo contigo.


Mi hermana desapareció un día mientras vivíamos en las cloacas. No volvimos a verla. Tiempo después desapareció también mi madre. Y durante uno de los últimos caos de Gilneas, mientras intentaba huir, la vi.


¿La viste?


¿Sabes…? Antes de desaparecer, mi madre me dijo que nunca dejara de correr… —dijo asintiendo en respuesta a su pregunta. Ladeó la cabeza con aire cansado pero relajado, como si se hubiera quitado un gigantesco peso de encima—. Primero vi a la huargen, mirándome con aquellos ojos rojos. Vestía algunas de las ropas que llevaba mi madre la última vez. Rotas y sucias, por supuesto. Luego me fijé en el cuerpo que había a sus pies. Era mi hermana —se llevó una mano al vientre y puso una mueca de asco, sintiendo náuseas solo con recordarlo. En esa ocasión Ivano estaba verdaderamente sorprendido y se le notaba en la expresión: sabía bien lo que significaba todo aquello—. Ahí vinieron los elfos y ya solo recuerdo que le hice caso. No dejé de correr.


Y viviste para ver otro día.


Siempre fui obediente —asintió a su comentario, encogiéndose de hombros—. ¿Y sabes qué hice una vez llegamos a Darnassus? Seguí corriendo. Siempre he sido rápida, y mi tamaño pequeño me hace liviana, lo que me facilita aún más la velocidad. Fui mensajera en Darnassus igual que en Gilneas, e igual que ahora en Elwynn.


No recuerdo haberte visto nunca por ahí. Y eso que tuve que trabajar duro para conseguir mi pasaje.


Siempre andaba escondida. Los mismos elfos me recordaban a aquellos seres y a todo lo acontecido. Por eso quise venir aquí, como dije antes: para olvidar.


Aquí has podido empezar de nuevo, como todos, Ruthie. En ese sentido, la Alianza ha hecho mucho por nosotros.


Ruthie ladeó la cabeza pensativa un momento, asintiendo luego. Alzó una vez más la mirada hacia él y vio un tenue brillo en el horizonte.


Está amaneciendo…


Parece que nos hemos tomado nuestro tiempo —dijo el varón riendo por lo bajo.


La pecosa le dedicó una sonrisa, afirmando y mirándole otear al horizonte. Él también estaba callado, quería disfrutar aquel momento. La castaña cerró los párpados unos segundos para concentrarse en el olor del mar, inspiró profundo y finalmente los abrió otra vez y volvió a centrarse en Ivano un instante más antes de colocar una mano en su brazo con suavidad, murmurando con voz dulce:


Deberíamos ir a descansar.