miércoles, 23 de mayo de 2018

Diario de Ruthie Maddison, 014. Las reglas están para romperse.


Primavera del año 28 tras la apertura del Portal Oscuro.


La eufórica muchacha llegó esa noche a su dormitorio ansiosa por ponerse a escribir. Lo acontecido aquel día no se desahogaría tan fácilmente como otros sucesos, ella quería contárselo a todo el mundo, pero no se privaría de plasmar su ilusión en letras.


¡Gané a Berthold! ¡Le gané en un combate de uno contra uno! ¡Me siento genial, ja!


Fue por la mañana a Villadorada a llevar un envío, donde se encontró con su amigo alteraquí. Tras hablar un rato, ambos se animaron a practicar juntos para dar uso al diminuto puñal de Ruthie, el cual ella veía suficiente para matar a una persona si se daba en el lugar correcto. Mientras bromeaban acerca de encontrarse gnolls por el camino, Berthold la guió a una zona en la que los viandantes no correrían peligro, y cuando llegaron a donde estuvieron lo suficientemente apartados como para poder moverse con libertad, le explicó cuál era el objetivo.


Me dijo que tenía que darle en el centro del escudo con mi arma. Si lo hacía, ganaba un punto. Él no me atacaría, su intención era sujetarme. Cada vez que lo consiguiera, obtendría un punto él. El primero que llegase a tres, ganaría.


Todo el combate fue muy desigualado, como era de esperar. Berthold mide casi dos metros y yo un metro y cincuenta y algo, él es mucho más grande que yo. Además es un hombre ancho y yo una chica delgada. Y pensar que aún así le gané… ¡Ja! Ay, pero… Es que fue genial, de verdad. Tuve la iniciativa todo el rato, aunque al principio no me fue precisamente bien. Y me hizo mucha gracia que me avisara de que iba a atacarme. Eso no pasa en un combate real. Es demasiado bonachón, espero que cuando luche de verdad no avise también a su enemigo.


Se defendió varias veces con el escudo y no pude darle en el centro. Él sí llegó a sujetarme. Me acordé de Cereza y decidí hacerle caso; me salté las reglas y ataqué directamente a su brazo. Fui corriendo hacia él, le di con el mango del puñal en el hombro en vez de al escudo y luego seguí hacia delante. Al pararme a ver su cara de confusión, él también empezó a cargar hacia mí, ¡pero era justo lo que yo quería! Se me da mejor esquivar que atacar, así es como le acabé ganando. Era como un caballo, enorme y corriendo a toda velocidad. Pero aún así yo fui más ágil, ¡je, je!


Mientras iba escribiendo recordaba las sensaciones del combate, la forma en que sus zapatos resbalaron en varias giros bruscos por no ser aptos para la lucha, el modo en que los músculos del rubio se tensaban al mover el escudo para cubrirse, el sonido y la tensión de los golpes que daba el cuero de la funda contra la madera de la rodela, e incluso el olor del bosque y los almuerzos comenzando a hacerse a lo lejos en el pueblo. La joven puso sus cinco sentidos en aquel entrenamiento y, aunque no fue más que una práctica, se esforzó al máximo por salir victoriosa.


Pensé en una cosa que hizo Cereza una vez para defenderme de unos chicos que se burlaban de mí. Primero les tiró una piedra para distraerlos y luego fue él para pegarles. Supuse que quizás podía funcionar, así que cuando vi a Bert descansando, me agaché para despistarle. Probablemente aquello era lo que menos se esperaba. Estoy segura de que se pensó que me había cansado o me había hecho daño. Me quedaré por siempre grabada su expresión cuando vio que le lancé una piedra, ¡ja, ja! Su cara compensa la vergüenza que pasé cuando se me cayó la daga al cambiármela de mano. Aquella tontería me costó un punto, pero entonces me hizo maquinar en otra treta. Me dijo que recogiera la daga o cambiaría todas las reglas, y es que recordé que en ningún momento me dijo que no podía sujetar el escudo para golpearle más fácilmente. Ahí ya estábamos a un solo punto de ganar, empatados.


¡Oh, oh, pero lo mejor fue el final, sin lugar a dudas! ¡Que se cayó al suelo y todo! Esa vez la estrategia de la piedrecita sí funcionó y con creces. Se cubrió hasta la cara y el campo visual con el escudo cuando le tiré, y ahí aproveché para correr hacia él. Pero es que fui tan rápido y con tantas ganas que se cayó sentado en el suelo.


Luego fuimos a la taberna y esta vez invité yo a bebidas, ahora que puedo permitírmelo más o menos. Baethal estaba allí con otro hombre y no pude evitar soltarlo todo, tenía que decírselo a alguien. Bert me felicitó por ganarle, pero… ¡Ah, quiero contárselo a Ivano! Ojalá pueda verle pronto de nuevo, quizás vuelva a pasarse por Villa Azora cuando menos me lo espere.


Su sobreexcitación era tal que cuando se apartó del escritorio levantó la silla y dio una vuelta entera sobre sí misma con ésta en alto, llevándola con el mismo movimiento a su sitio para arrimarla a donde debía estar. El rato de desvestirse, asearse, preparar el día siguiente e irse a la cama no tuvieron menos florituras y bailoteos. Ruthie estaba verdaderamente contenta.